
Entra Fátima en escena hablando sin parar, vivaracha, zalamera y ocurrente. Interactúa con el público, se mete con los hombres y ríe de sus propios chistes. Narra, a modo de sátira, las experiencias nocturnas vividas en el Parque de la Fraternidad.
Por encima de todo, es un personaje culto, e insistió en contarle al público la historia, para muchos desconocida, de ese emblemático lugar ubicado en el corazón de La Habana, y también la de su céntrica ceiba, un símbolo de cubanía y testigo de muchas vivencias de la protagonista, razón por la que constituye un personaje más dentro de la obra Fátima y el parque de la Fraternidad.
De una show woman que canta y baila rumba, la historia da un giro de 360 grados que, bajo la guía de Ray Cruz, actor que la interpreta, lleva al público por una montaña rusa de emociones.
Debajo del maquillaje, el vestido de brillo y el glamur, Fátima oculta un pasado oscuro, triste, lleno de injusticias y discriminación, por el hecho de odiar haber nacido en el cuerpo de Manolo y, en cambio, sentirse bien como mujer.
En la acogedora Sala Adolfo Llauradó y con un tono muy íntimo, como el proveniente de «una hermana, una amiga, una confidente», según definió al personaje Claudia Zaldívar, guionista, directora y productora de la obra junto a Ray Cruz, Fátima desmonta estereotipos, abogando siempre por el respeto a todos los seres humanos y demostrando que, a pesar de las adversidades, hay que ser optimistas y seguir luchando.
Además de visibilizar conflictos que enfrentan las personas trans y, particularmente la protagonista, esta puesta expone situaciones universales como la violencia doméstica, la marginación social, las malas compañías y su influencia en la toma de decisiones erróneas, los amores frustrados; y refleja emociones como el arrepentimiento, la soledad, el miedo a la muerte y a la incertidumbre del futuro.
«¡Ay, Cuba! ¿Qué será de mí, lo que me espera cuando llegue a vieja?», expresa el personaje durante la representación.
También, hace referencia a aspectos de Cuba: males sociales como la prostitución, problemas económicos y de vivienda, la emigración, entre otros. Los amores más puros en la vida de Fátima son hacia su madre y a Cuba.
A lo largo de la obra reafirma su sentido de pertenencia con la cultura y el sincretismo cubanos, así como su permanencia en la Isla, con sus luces y sombras.
A partir de los recuerdos de Fátima, el versátil Ray Cruz interpreta a varios personajes, cambiando de uno a otro con tanta destreza, como si solo se tratara de quitar y ponerse la peluca.
Tras ese recorrido por sus memorias, Fátima está afligida. Se encuentra en su cuartico, el cual tuvo que luchar para conseguirlo y considera su espacio íntimo, sagrado. En un momento muy dramático, apaga la lámpara, enciende una vela a punto de gastarse y sale abruptamente de la escena. Los inmediatos aplausos del público rompen el silencio.
El simbolismo de la vela, en sus múltiples significados, podría iluminar los caminos, por todas las Fátimas que hay en el mundo, por el devenir de Cuba o, tal vez, una luz por la sapiencia de Miguel Barnet, autor del cuento Fátima o el parque de la Fraternidad, sobre el cual se basó esta versión, y quien le pidió a Ray Cruz que retomara el personaje porque, como expresó el actor en su monólogo: «Fátima no se rinde. Fátima es inmortal».
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