A Mary Cruz (1923- 2013) la conocí en el Instituto de Literatura y Lingüística a fines de los años 90. Ya estaba jubilada de esta institución, pero a ratos visitaba la biblioteca, pues continuaba siendo la acuciosa investigadora de siempre y la creadora de fino decir, iniciada en las letras en los años 40. Fue su esposo, el poeta Ángel Augier, quien me la presentó. Ese día jubiloso hablamos de su doctorado en Pedagogía, en 1946, en la Universidad de La Habana (UH); de los cursos que recibiera en los Estados Unidos (1954-1958) acerca de la Enseñanza de las Lenguas Modernas Extranjeras; de su labor docente en North Miami Beach High School, entre 1956-1961; y en la uh, de 1963 a 1964; asimismo, de su amplio bregar en el Periodismo antes y después de 1959, incluido el periódico Granma.
De modo especial nos detuvimos en sus indagaciones literarias, creaciones poéticas y narrativas. Elogié los agudos estudios que escribiera sobre la novela Sab (1841), de la Avellaneda, presentes en la edición cubana de 1973, debida a la propia Mary. Al comentarle sobre la novela histórica actual en Cuba, me confesó que la vida y obra de la Avellaneda eran tan apasionantes que se había propuesto escribir una trilogía de novelas sobre la principeña. Ya había salido la primera de esas ficciones, pero aún yo no la conocía. Pocos días después, Mary regresó al Instituto y me obsequió un ejemplar de Niña Tula (1998), el primer título de la tríada.
Leí esta biografía novelada y me fascinó. En verdad la vida de la ilustre camagüeyana era prodigiosa. No es lo mismo repasar datos fríos sobre la Avellaneda que verla convivir, por la magia de la ficción, en el contexto familiar, social e íntimo. Sin dejar de mostrar el encanto y las penurias del Camagüey romántico y esclavista de los primeros decenios del siglo XIX, Mary Cruz consigue recrear el complejo mundo interior y existencial de la protagonista en su niñez, adolescencia y primera juventud, hasta el 9 de abril de 1836, en que parte para España. Pero ante todo, Mary revela el talento literario de la escritora y su rebeldía contra los tabúes de la época, el rechazo a la discriminación de la mujer, la oposición a la esclavitud y a la exclusión social por el color de la piel. Niña Tula deviene, de manera natural, un rico retablo biográfico, social, feminista, intertextual y metaficcional que la sitúa en el curso de la novela histórica actual en Cuba y América Latina.
En el momento del diálogo con Mary, aún no había sido publicada Tula, segundo volumen de la trilogía novelística. Apareció en el año 2001 por Letras Cubanas. Una vez más, los hondos conocimientos de la autora sobre su coterránea (Mary Cruz nació también en Camagüey, en 1923) entretejen una intensa historia sobre la existencia de Tula en España, de 1836 a 1845. Las acciones revelan cómo la joven desafió las tinieblas de la familia del padrastro en La Coruña, y de la sociedad española de aquel tiempo; ponen de relieve su desarrollo literario y el creciente prestigio intelectual que iba alcanzando, todo ello sin dejar de hurgar en los turbulentos amores de la también conocida como La Peregrina. Tula denota una madurez escrituraria y argumental superior a su antecesora; sobresale por la calidad poética del estilo, la cuidada construcción de la trama y el excelente trazo de los personajes. Como otras narraciones históricas de Hispanoamérica, este relato se adentra, a fondo y sin afeites, en la vida de la figura central. Esto hace de Mary Cruz la escritora que quizá mejor ha tratado a la Avellaneda en la novela histórica actual. La tercera ficción o Doña Tula comprende, según palabras de Mary, la madurez creativa de la Avellaneda hasta su muerte en 1873. Ningún homenaje mejor, en el centenario del natalicio de Mary Cruz, que reconocer su enorme valía en la narrativa y estudios cubanos.
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