
Ahora que Milan Kundera no está para aleccionarnos sobre la deriva de sentirnos importantes, no puedo menos que pensar, después de su advertencia, que la inutilidad no es cosa fácil. El checo nos habla de que se necesita un especial talento para reducirse uno mismo a la inopia. Por eso, los que terminan lográndolo tienen, después del desprecio, un espacio minúsculo para el reconocimiento. Pero no nos detengamos mucho allí, ya se les acabaron las líneas que pudieran merecer.
La mayoría tenemos momentos inevitables de inopia. Después de todo, procrastinar es nuestra segunda naturaleza, según confiesan algunos filósofos de la inutilidad. Aunque no les guste que así los llamen, prefieren el término de posmodernistas.
No seamos inflexibles con nosotros mismos. Ser implacables, a la larga, conduce a la autotolerancia excesiva. En ocasiones, saturado de jazz, de rock intemporal, de sinfonías y conciertos, de otros diluvios, me refugio, lo confieso, en dudosas cuevas como Air Supply o Bryan Adams. No puedo evitarlo, lo necesito, y entonces es que me doy cuenta de mi primera afirmación. Ellos se esforzaron por la trascendencia, pero no lo lograron. A pesar de ello, aún somos muchos los que los necesitamos, aunque después les señalemos la aparente intrascendencia.
Iba a incluir en esa lista a Journey, pero me acordé de Steve Perry y entonces tuve que retirar la intención. Journey está demasiado lejos del parnaso, pero Steve Perry fue «la voz». El título ha tenido diversos linajes (acaso tengo que mencionar a Sinatra) y varios impostores; también tuvo a Steve, que un buen día dejó de cantar para que nos diéramos cuenta de su estatura. Tarde o temprano, todos necesitamos a un Steve Perry que nos cante con la fragilidad con que lo hacía, dándole compañía a nuestra propia vulnerabilidad anímica.
La insoportable levedad del ser fue la primera novela que me sorprendió, a la mitad de su lectura, con que el protagonista había muerto. Aun así, continuamos leyendo. No me recuerden que el Gabo lo hizo al mismo comienzo de Cien años de soledad, pero allí aún había la ambigüedad de no saber si se realizaba el fusilamiento. En cambio, Kundera no dejaba duda sobre el deceso de Tomás y la angustia de Teresa. Todos allí son vulnerables, hasta el comisario.
He pensado qué música debería acompañar una novela de Milan Kundera. Hice un pase de lista entre los gigantes, pero terminé oyendo Who’s crying now. Es que Milan nos enseñó la imposibilidad del ensayo y de ello, la levedad que se deriva del dilema de la trascendencia.
Leo que algunos han trazado vía desde Kundera a Nietzsche, a través de Kafka. No tengo tanta densidad para comentar sobre ello y sospecho que el propio escritor hubiera rechazado la pesadez de la idea. Me refiero al más joven de los dos escritores checos, aunque pensándolo bien, probablemente al otro tampoco le hubiera agradado el juicio.
Hay vías de París que recuerdan a Praga, y viceversa. Por esas estrechas calles anduvieron magas que desembocaron en relojes universales, para seguir andando hasta el Capitolio, trascender el frente blanco y descender por el Paseo del Prado hasta el mar, custodiado por morros y cabañas. Pero, como ahora y aquí, se trata de la levedad, detengámonos en la menor que hace Punta y frente al agobio del sol, opongámosle la zambullida de la que saldremos flotando.
¿Quién llora ahora que te has ido, Milan?, ¿el Tomás que todos llevamos dentro?, ¿Teresa? Pero paremos ahí mismo, «allí donde habla el corazón, es de mala educación que la razón lo contradiga».










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William dijo:
1
3 de agosto de 2023
19:44:57
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