Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez alcanzan nombradía universal debido a la belleza y maestría creativa de sus historias, o por el empleo luminoso del idioma, cualidades visibles en las obras cumbres de estos autores, sobre todo en El reino de este mundo (1949) y El siglo de las luces (1962), de Carpentier, y en Cien años de soledad (1967), de García Márquez.
Tan alto esplendor estético y cultural puede resumirse en la utilización por ambos novelistas de dos recursos claves de sus poéticas respectivas: lo real maravilloso americano de Carpentier, y el realismo mágico de García Márquez. Tales medios vinieron a enriquecer las letras cubanas y colombianas, y colocaron la novela latinoamericana en el concierto de la literatura mundial. Si bien estos recursos apelan a una imaginación prodigiosa y logran que los textos referidos alcancen una elevada efectividad ideológica, no debemos confundirlos, son ingenios literarios diferentes.
Lo real maravilloso carpenteriano consiste en «saber ver» la realidad concreta y subjetiva que nos rodea, en la lucidez y destreza individual para discernir lo que escapa a nuestra vista por obra de lo rutinario. No es, por tanto, invención fantástica, sino lo maravilloso y trascendente de la realidad. Así, en El reino de este mundo los esclavos consideran al manco Mackandal imagen viva de la rebeldía contra el colonialismo francés y un ser dotado de grandes poderes, capaz de transformarse en animal. No es de extrañar entonces que el día que lo capturan y queman atado a un poste, en Ciudad del Cabo, los esclavos allí reunidos por la fuerza para presenciar el «escarmiento», estén contentos y vean la fuga del prisionero: «el cuerpo del negro se espigó en el aire, volando por sobre las cabezas, ante la masa de esclavos. Un solo grito llenó la plaza: –Mackandal sauvé!». Para el imaginario maravilloso de los negros, Mackandal triunfa una vez más contra la opresión y el racionalismo europeo.
Análoga sutileza estética hallamos en el realismo mágico de Cien años de soledad, solo que en este procedimiento el novelista crea un hecho fantástico dentro de una situación cotidiana, la que segundos antes se ve transubstanciada por un leve giro de misterio. Se explica así el aguacero continuo por más de cuatro años en Macondo, la «llovizna de minúsculas flores amarillas» cuando muere José Arcadio Buendía o, entre otros motivos, la bellísima escena de la ascensión de Remedios, la bella: «Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa. –¿Te sientes mal? –le preguntó. Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. –Al contrario –dijo–, nunca me sentido mejor. Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos (…) Amaranta sintió un temblor misterioso (…) y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella (…) y se perdieron con ella en los altos aires». Tanto El reino de este mundo como Cien años de soledad alcanzan la condición de clásicos por esta perfección literaria, por su legitimidad poética y, sobre todo, por el interés de nosotros los lectores, como decía Borges, de volver una y otra vez a sus páginas.












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