Las hojas de Calendario no pasaron en vano. Si la primera temporada de la serie, escrita por Amílcar Salatti y dirigida por Magda González Grau, caló hondo en la audiencia, la segunda consolidó los valores de una dramaturgia televisual comprometida con el análisis penetrante y desprejuiciado de una zona de la contemporaneidad insular.
Al tomar el pulso al abanico temático de la propuesta, recordé una divisa puesta en práctica por Luis Báez, uno de los más hábiles entrevistadores de la prensa cubana: ninguna pregunta es indiscreta; el problema está en las respuestas. Si Calendario 2 conectó con los públicos, fue porque tocó aristas sensibles de nuestra sociedad sin ofrecer conclusiones predeterminadas ni colocar ante el espectador formulaciones trilladas.
Ni pretensiones sociológicas en la exposición de los conflictos ni tratamientos maniqueos en el perfil de los personajes. Como brújula, aspiración legítima, la ética ciudadana, que asoma en sus alcances y carencias, en zigzagueos y oscilaciones, tanto en la hoja de ruta de los muchachos y las muchachas que dieron el salto de la secundaria al preuniversitario y la enseñanza técnico-profesional, como en la de padres y maestros.
En esta temporada, la escuela cedió mayor espacio a las familias. Es entendible que la serie, por la lógica de su desarrollo y duración, no haya ahondado en las disfunciones que en tiempos de crisis y carencias afectan los procesos educativos. Lo que parecía en tal sentido un hilo interesante –el contrapunto entre la protagonista y uno de sus colegas (el Alfonso de Dennys Ramos)– tomó otro camino, zanjado mediante una inesperada colaboración en una iniciativa docente, y derivado hacia la relación de este último con Vanessa (Chabely Díaz), la cuñada de la maestra, que a su vez incluyó en el capítulo de la despedida un tópico de actualidad (la migración irregular), sin la debida puesta en antecedentes.
Hacia el interior de las familias se dirige el peso de las tramas. Melissa (aplausos para Anel Perdomo) en el vórtice de un huracán en el que apenas se avizoran dos tablas salvadoras, la solidaridad de sus compañeros de aula y la reaparición del padre (qué difícil le fue a Roberto Perdomo hacer creíble un personaje increíble, sacado de la copa de un mago, con diez años de ausencia). Orestes (Ernesto Codner), inducido por su padrastro (lección actoral de Jorge Enrique Caballero) a salir del bache por la vía más fácil, víctima de los prejuicios racistas del suegro (siempre he dicho que Iván Balmaseda es uno de los actores más atinados en los papeles secundarios que le han tocado, aquí en dupla con la muy eficaz Iris Pérez), atrapado en la telaraña de la marginalidad y salvado por el amor de Noemí (Ingrid Lobaina) y el acuerdo tutorial negociado por su madre (Odelmis Torres) y la profe Amalia.
Cuánta intensidad revelada en los casos de Inés (meritorio el desempeño de Anabel Arencibia) y Leo (Yanm Calderín); maneras propiciatorias para entender por una parte el deber social ante algo tan repugnante como la violación; y, por otra, los devastadores efectos de la pérdida en un núcleo familiar en el que el hijo se convierte en padre de sus padres (las actuaciones de Yaité y Omar Alí, en el marco dramático diseñado por el guion y la realización, destacan sobremanera) y evade su dolor mediante el consumo de estupefacientes.
Todavía en un sector de la teleaudiencia (e incluso de la crítica) prevalece la voluntad de reescribir tramas y conflictos, es decir, tratar de enderezar actitudes y situaciones a partir de criterios personales, o de idealizar los finales para que todo encaje según el criterio de cada quien. Por ahí van los tiros a la relación lésbica entre Natalia y Sofía (con cuánta organicidad se entregaron Jennifer Pupo y Karen Machado) –muestra de lo mucho que nos queda por hacer por la inclusión–, y a la de una mujer en los 50 (aplausos para Jacqueline Arenal) y un adolescente (Frank Daniel Martínez).
Le debo unas líneas finales a Clarita García, la Amalia que ha ganado corazones a lo largo y ancho del país. Desde la escritura misma, el personaje creció en complejidades humanas y, por tanto, en verosimilitud. Mostró muchas más capas (incluso dudas) en su carácter, sin dejar de ser ella misma. Si hay una fórmula, es la aplicada invariablemente por Magda González Grau: reflejar la realidad sin estereotipos.












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Miriam dijo:
1
16 de mayo de 2023
08:43:44
Maricusa dijo:
2
16 de mayo de 2023
08:58:46
Taimy dijo:
3
16 de mayo de 2023
10:53:27
Alamo dijo:
4
16 de mayo de 2023
15:26:00
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