Desde muchas aristas se puede abordar el impacto de la primera temporada de la serie Calendario, finalizada el último domingo por Cubavisión, en una escala que transita de la fidelidad o no del reflejo de la realidad cubana contemporánea en la escuela y la familia, a la pertinencia de haber adoptado una vía en la gestión de los tiempos y presupuestos asignados, lo cual no es poca cosa en términos de eficiencia, aun cuando haya que avanzar mucho más en la organización de los procesos productivos que demanda una programación dramatizada doméstica sostenible.
Haber incluido en el primer capítulo el poema de Nicolás Guillén, Digo que no soy un hombre puro, y cerrar el último con Felices los normales, de Roberto Fernández Retamar, fue toda una declaración de intenciones acerca de lo que fraguaron la directora Magda González Grau y el escritor Amílcar Salatti para ofrecer al televidente. Poemas que van del desgarramiento a la afirmación certifican el alcance de una serie que no se atuvo a una representación pasiva de la realidad. Ambos, junto al elenco y el equipo técnico, tomaron partido a favor de la superación de brechas, la transformación de situaciones de partida, el mejoramiento humano.
Ese compromiso, artísticamente asumido, determinó la identificación mayoritaria de la teleaudiencia con los conceptos defendidos y desarrollados a lo largo de una progresión dramática de 13 capítulos.
Aceptado lo anterior como muestra de correspondencia entre lo que se quiso decir y lo que se dijo, entre la propuesta y su sedimento –de acuerdo ciento por ciento con Magda cuando expuso: «Calendario no es solo criticar; propone un modelo de conducta en esa maestra, que es no sentarte en tu casa a ver cómo las cosas malas pasan, sino enfrentarlas, buscarles soluciones; desesperarte, trabajar por eso; preocuparte y ocuparte, no quedarte con los brazos cruzados»– al telespectador se le ocurre abrir el diapasón de los cuestionamientos. ¿Es la escuela de Calendario la que es o la que debe ser? ¿Son los muchachos de 9no. 3 mejores, peores o diferentes de los tantos que cursan el noveno grado en las secundarias del país? ¿Nos sobran o nos faltan las Amalias en la escuela? ¿Cuánto media entre la realidad y el deseo?
Una producción audiovisual no es un ensayo sociológico. Si bien para su escritura y realización deben partir de la investigación, su naturaleza y alcance difieren. Calendario no es la vida misma, aunque se parezca a la vida. Si acaso puede tomarse como un segmento de la realidad, aumentado con una lupa y auscultado con un sensible estetoscopio, en el que confluyen varias historias de vida que hallan puntos de contacto con muchas otras que conocemos y confrontamos a diario, con sus luces y sombras.
En la medida en que esto se afirma en situaciones, acciones y escenas, la serie gana. Así transcurren por cauce natural, sin apresuramientos ni dictados moralizantes, los problemas derivados del predominio de los patrones patriarcales en la familia y la sociedad, la homofobia, la migración externa e interna, las inequidades económicas y su reflejo en las relaciones humanas, la reproducción de prejuicios, la iniciación sexual, las diferencias entre sexo y amor y la inmadurez emocional.
Pierde, sin embargo, cuando los tironazos argumentales tratan a toda costa de equilibrar y justificar actitudes y posicionamientos y de explicar el porqué de cada conducta conflictiva, dígase la «deuda histórica» de Clarita con su pasado de alumna «mala cabeza», ni las trapisondas de Javier contra la maestra con el drama de la enfermedad de su hermano menor, ni había por qué asomar a Cecilia en el fondo del lunetario de la Casa de Cultura para «humanizarla», ni por qué traer a colación el estatus laboral de Yaíma para sustentar la ruptura matrimonial.
Uno de los retos mayúsculos de la realización pasó por captar la dinámica de lo que sucede en el aula y en las familias de cada personaje. La singularización de la diversidad de los caracteres de los alumnos y la atmósfera material, que en buena medida se revela espiritualmente, de los hogares, méritos en los que mucho pesaron la fotografía de Vladimir Barberán y la escenografía de Israel Estrabao, van mucho más allá de funcionar como elementos complementarios en el logro de la densidad argumental necesaria. Lo propio debe subrayarse en la banda sonora de los siempre ajustados Magda Galbán y Juan Antonio Leyva.
Hubo una mezcla de mano férrea y ductilidad en la conducción actoral. Fortaleza del guion, tratar de escapar de arquetipos, algo que no siempre se consiguió a plenitud y que fue salvado en el caso quizá más evidente, el contraste entre el vuelo poético de la maestra protagonista y su contrafigura, la maestra vencida por la rutina y el desencanto que pareció ser la Odalys de los primeros capítulos, y que por suerte no fue la imagen que prevaleció al final de la temporada con una Saray Vargas que supo imprimir toques sutiles a su desempeño.
Caracteres creíbles y funcionales en su inmensa mayoría, defendidos con solvencia incluso en los de perfiles más asordinados y monocordes, como los del director de escuela (Mario Rodríguez) y el profesor Carlos (Niu Ventura). A nadie sorprende la economía de medios expresivos de Osvaldo Doimeadiós para transmitir el peso sobre los hombros de una figura paternal trajinada por la vida ni la empatía generada por la maestra y amiga de la protagonista bajo la piel de Mayra Mazorra, ni la pequeña gran contribución de Félix Beatón en el padrastro de Orestes, ni la exactitud de Edith Massola para construir un personaje lejos de cualquier estereotipo.
Pero, más que sorprender, agrada la irrupción de jóvenes talentos, algunos ya probados como Paula Massola, y otros de los que es de esperar, si se cultivan con todas las de la ley, como Anel Perdomo (la Melissa de Calendario ya nos había llamado la atención al asumir nada menos que a Adriana, esposa de Gerardo Hernández Nordelo, en La Red Avispa), Homero Saker, Ernesto Codner e Ingrid Lobaina.
¿Que todo gira en torno a Amalia? Es una elección estructural nada fácil, pues deja en manos de un solo personaje lo que a todas luces opera bajo una perspectiva coral. Una heroína, sí, pero una caracterización a la que mucha convicción, desgarramiento, ilusión y altura aportó Clarita García. Heroína humanizada, para nada de cartón.
No es casual que detrás de tan gran empeño haya estado Magda González Grau. Porque en su dirección aflora la experiencia profesional de haber concebido por años Una calle, mil caminos y la experiencia vital de ser hija de Ángela Grau, maestra ejemplar.
Calendario tendrá segunda temporada. Los entusiasmos generados por la primera no deben obnubilar ni el sentido de los realizadores ni de los televidentes. Tal vez sea el momento de contrastar sus alcances con otras producciones similares propias, como Entrega, o foráneas, como Merlí, no muy promocionada que digamos entre nosotros. Por cierto, el protagonista de Merlí legó una frase que se aviene con la filosofía de Calendario: «Que las cosas sean de una manera no quiere decir que no se puedan cambiar». Lo cual me trae al recuerdo otra del protagonista del filme La sociedad de los poetas muertos: «En mi clase aprenderán a pensar por ustedes mismos. Aprenderán a saborear la palabra y el lenguaje. Porque, a pesar de lo que les digan, la palabra y las ideas pueden cambiar el mundo». Calendario movió ideas y lo hizo desde las verdades del arte.
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Luis Sanchez dijo:
1
5 de abril de 2022
08:26:14
Odalis González Hernández dijo:
2
5 de abril de 2022
12:12:20
Ramón dijo:
3
5 de abril de 2022
15:22:58
Payi dijo:
4
5 de abril de 2022
16:24:34
Sarais dijo:
5
14 de junio de 2022
21:55:28
Melissamila dijo:
6
22 de marzo de 2023
17:35:44
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