Pronunciarse sobre deleznables universales es una forma de quedar bien con todos y apaciguar el Pepe Grillo que nos acompaña. Por eso, la máquina cultural del capitalismo hegemónico nos sirve esas causas de manera ininterrumpida para dar chivos expiatorios al egoísmo o la cobardía, sin necesidad de salir de la zona de confort.
Es la esencia de lo que se ha dado en llamar lo políticamente correcto. Una de las características recurrentes de esas coartadas es que se sirven como anécdotas y su generalización se encauza dentro de lo correcto. Siempre los síntomas, nunca lo sistémico si apuntan a la causa que las genera. La violencia de género es un buen ejemplo de esa cabriola. Atizada contra ejemplos individuales, su generalización evita hablar de los condicionantes históricos y clasistas de la injusticia contra la mujer.
De esa manera, en una variante del tema, la aspiración se encauza en clamar por la reparación histórica de que la mujer tenga derecho a ser también burguesa; a tener la posibilidad del éxito en el sistema de «oportunidades» dominado por la burguesía. No pocas series venidas del norte nos importan esa perspectiva. Ellas también tienen derecho a explotar a otras mujeres, y no se diga más, también a hombres. Si ella es negra, pues ya tenemos la fórmula perfecta. Después de derrotar la esencia clasista de las luchas negras en los 60 y 70, asesinar a Malcolm X y a Martin Luther King Jr., encarcelar a los panteras negras, el feminismo negro, raigalmente antisistema y clasista, ha sido llevado, en su abrumadora mayoría, a los cauces de lo políticamente correcto.
Muchos ejemplos de mujeres negras de éxito, mucho discurso de «tú sí puedes» y mucho empoderamiento dentro de la maquinaria burguesa, nunca contra ella. En otra variante, la supeditación de una batalla que, siendo clasista es esencialmente cultural, se reduce a su judicialización. La injusticia histórica contra la mujer no se resuelve solo sobre la base de leyes ni con la denuncia, y posterior condena judicial.
No se deja de leer en la prensa corporativa de los hegemones capitalistas una lista diaria, cual crónica roja, de cuanto caso de violencia física contra la mujer ocurre. La creación de los mecanismos de protección legal es parte de esa batalla, pero no puede reducirse a ello. Poco veremos en la prensa hegemónica de una discusión a fondo de esa otra violencia de género que ocurre contra la inmigrante trabajando en condiciones precarias, semiesclava, sujeta a todo tipo de chantaje, no pocas veces subrepticio. Se habla de la doble condición de explotación de la mujer en el trabajo y en el hogar, pero se insiste en su solución a nivel del hogar y nada se habla de cómo solucionar su condición de explotada como asalariada. Se presenta la batalla por la igualdad salarial con el hombre, pero se hace silencio sobre que ambos, hombres y mujeres asalariados, son sujetos de explotación.
Pero es cómodo pronunciarse sobre la epidermis feminista. Nadie osaría la condena oportuna contra el abusador de turno, el individuo monstruoso que nos causa justa repulsa y contra el que es cómodo enfocar la ira. Después de la declaración condenatoria, nadie podría acusar al denunciante de hacer silencio, aunque el silencio brutal es el que hace sobre lo que implica una verdadera toma de partido.
El condenado, mereciéndolo, se vuelve entonces la coartada para hacer silencio frente a la injusticia que se comete contra ese otro, víctima del sistema por luchador, pero tóxico, en cuanto a que defenderlo implica abandonar la cómoda neutralidad de la zona de confort.
Si alguien cree que el tema no nos afecta, que salga de ese equívoco. Es también colonizante y colonizador imitar formas y reducir propósitos de lucha a las traídas de las metrópolis. Nosotros no aspiramos a mujeres empoderadas sin apellidos, nuestro propósito son mujeres cuyo empoderamiento sea emancipador y porte en sí mismo, la conciencia de que solo una sociedad que conquiste toda la justicia será una sociedad en la cual se logre la realización plena de ellas, como parte de toda la sociedad. La lucha por la mujer no es por la igualdad en una sociedad injusta, es lograr una sociedad justa con todos, incluyendo las mujeres. Eso, en el capitalismo, es un imposible.
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