ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Contrario a la pretensión de hacer de la rebeldía un espectáculo, seamos rebeldes como el Che, pidamos lo imposible. Foto: Ariel Cecilio Lemus

Dos miembros de la organización ambientalista Stop the Oil lanzaron, hace unos días, sopa de tomate al cuadro de Van Gogh, Girasoles, para después «pegarse» a la pared debajo del cuadro en exhibición en una galería londinense. No es la primera vez que hacen actos semejantes para atraer la atención. Recientemente también se «pegaron» a un cuadro de Leonardo da Vinci. Otras organizaciones ambientalistas han realizado acciones similares con cuadros de Botticelli y de Picasso.

Vayamos atrás.

Con el surgir de la contracultura, a finales de los años 50 del pasado siglo, que sorprendió a un establishment norteamericano embelesado con la aparente prosperidad de la posguerra mundial, la respuesta fue transformar la sociedad culturalmente, para que fuera capaz de asimilar toda corriente que apareciera como contestataria.

 Apoyándose en los estudios sociológicos, hechos desde el mundo empresarial, de la propaganda comercial, esta se aplicó para domar a las masas. Las drogas como el LSD y la marihuana se introdujeron entre los jóvenes para descarrilar toda rebeldía. Los héroes juveniles de la música, el cine o la literatura fueron sobornados, encarcelados, o anulados a golpe de drogas, exacerbación de los egos y del hedonismo.

Ya en 1971, Lewis F. Powell, quien se convertiría en juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, había sido convocado por la Cámara de Comercio de ee. uu. a escribir un memorando confidencial contra lo que se percibía como la amenaza creciente de los enemigos del mercado libre. En su memo, titulado Ataque contra el sistema americano de libre empresa, además de listar como enemigos a los sospechosos habituales: los comunistas, los «nuevos izquierdistas», y «otros revolucionarios», Powell identificó otros enemigos, según él, provenientes de la cultura, las universidades y la literatura. Reclamaba que «la Cámara de Comercio debe dirigir el asalto de nuestras mayores instituciones, universidades, escuelas, los medios, las editoriales, las cortes de justicia, para cambiar la manera en que los individuos piensan de las corporaciones, la ley, la cultura y los individuos». Todo un plan totalitario. Tuvieron un éxito tremendo.

Toda una generación de jóvenes fue amaestrada en que la rebeldía consistía en escandalizar con prácticas sexuales desvergonzadas, vestir de manera provocativa, consumir drogas, oír música alborotadora y darle un portazo a los padres conservadores y decadentes. Todo el sentido de lo insurreccional terminó resumiéndose en haz el amor, no la guerra.

La fórmula la han aplicado una y otra vez, incorporando las nuevas formas y canales de comunicación y cultura de masas, pero manteniendo la esencia del objetivo. Amaestrar toda rebeldía para que abandone toda radicalidad transformadora.

Pero volvamos al ahora y a la estupidez de agredir un cuadro de Van Gogh. De acuerdo con un comunicado de Stop the Oil, querían que el acto de vandalismo coincidiera con una ronda de licitación de explotación de gas y petróleo, por comenzar en Londres. ¿Qué tendrá que ver la llovizna con el dulce de coco?

Hay temas demasiados serios, como la contaminación ambiental, para reducirlos a actos que terminan siendo percibidos como perretas de consentidos malcriados. No solo trivializan un problema real y determinante para el planeta, sino que logran el efecto contrario, crear un rechazo no solo a su actuar, sino a la causa que dicen defender.

Pero el tema es más de fondo. En una sociedad global en la que se ha impuesto, de manera nada espontánea e ingenua, la cultura del espectáculo, en este caso reducida al performance y el happening como forma de protesta, lo que se busca es anular la verdadera rebeldía que conduzca a las transformaciones que necesitamos. ¿Se imaginan que la respuesta de la generación del centenario al golpe de Estado de Batista hubiera sido destruir pinturas de Vicente Escobar, de Leopoldo Romañach o de Armando Menocal, por mencionar artistas anteriores a la vanguardia? La burguesía escandalizada hubiera gritado públicamente, y luego en privado, hubieran celebrado gozosos y con champaña traída por el embajador yanqui Bealuc. ¿Se imaginan que Raúl Roa, en vez de denunciar en la onu la agresión de Playa Girón hubiera lanzado una proclama en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, con una lata de tomate en la mano, después de embarrar una obra de Matisse?

Redireccionar la rebeldía joven a caminos de esterilidad ha sido un proyecto ideológico bien diseñado del capitalismo global. La apelación a lo inmediato y efectista, con dosis de hedonismo y signado por la más ramplona superficialidad, es el producto de una perversa sociología de masas para hacer inocua toda insurrección.

Del mismo modo, destruir los hábitos de lectura, sustituyéndolos por la hegemonía de lo visual, primero del cine y la televisión, y más recientemente, por la más embotadora fugacidad del clip o la impostura de Tik Tok, pretende crear una masa incapaz de análisis alguno: borregos creados bajo la ilusión de rebeldes.

Contrario a la pretensión de hacer de la rebeldía un espectáculo, seamos rebeldes como el Che, pidamos lo imposible. Derrotemos al capitalismo. Y eso empieza por lograr que nuestra Revolución siga adelante, con rebeldía fundacional, cósmica.

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