Entrar por estos días a la Galería Collage Habana –San Rafael No. 103– tiene, para muchos, un efecto retrovisor. Despojados ya del nasobuco, que por un tiempo nos fue inseparable, presenciar la expo Aforo, de Manuel López Oliva, que hasta el 31 de diciembre allí se exhibe, nos remite inevitablemente a esa pieza, tras la que no solo nos protegimos del temido contagio del coronavirus, sino que también nos cubrió la expresión temerosa, la frustración y la ansiedad sostenidas ante un suceso inédito en el mundo.
Tal vez no seamos conscientes de tal remisión, pues no ofrecen los cuadros hermosos nasobucos, como motivos para animar el pincel; sin embargo, allí están, para recordárnoslos, las máscaras, a veces más ciertas que los propios rostros, porque al usarlas queda al descubierto la intención de ocultamiento de quien la lleva consigo.
Cerca de 20 obras integran esta propuesta que animó al reconocido artista y crítico de arte, cuando, en 2019, un virus microscópico le cerró las puertas a la humanidad y la obligó –desde el refugio hogareño, y con pocas posibilidades de buscar afuera– a mirarse hacia adentro.
López Oliva no fue la excepción. A ratos dejaba ver en redes sociales, con reflexiones al pie de sus cuadros, la obra que iba naciendo de sus manos, hija de la introspección profunda, de esa vuelta forzada al interior, que irradiaba afuera soledades, dudas, naturales pánicos, preguntas sin respuestas, largas ansiedades, pero también, y junto a la certeza de que todo pasaría, el optimismo, la paciencia, la fe en el fin, o al menos la atenuación de la pandemia.
Para quien conoce la factura creativa del artista, dado con frecuencia al color cálido, casi estrepitoso de sus imágenes, la perlada grisura de Aforo nos impacta. La gama arremolinada a que nos tiene acostumbrados se escapa en franca correspondencia con un tiempo en el que el fluir de la conciencia aceleró sus giros y el diálogo se intensificó consigo mismo. La creación, más silenciosa que de costumbre en los tiempos en que fue concebida, reflejó esos hallazgos. Frente a la obra, el receptor podría recordar la mascarilla que le cubrió, no solo el rostro, la que fue velo de muchos de sus sueños, petrificados por la realidad de la pandemia.
Tras la emoción que dejan los lienzos se regresa del viaje, y vuelve a experimentarse la agitada vibración del presente, la multitud universal a teatro lleno, tal como su título lo enuncia. Ante la realidad del presente, el receptor se siente liberado, de cara al espacio que ya no le está prohibido.
«Hay creaciones que en mí nacen como extraños alumbramientos o formaciones inadvertidas que se han estado estructurando en el subconsciente», ha dicho López Oliva, quien asegura que se propuso ser fiel a sí mismo, y que «cada obra producida tuviera personalidad de significado y autonomía».
A los lienzos ubicados en la primera planta se le suman, para completar Aforo, 40 máscaras de carnavalesco colorido. Atrapados aún en la emoción reciente, se las ve dispersas en el segundo piso, y parecen mirarnos con vencedora complicidad.
Aforo es búsqueda intensa y retorno al mundo en el que elegimos usar el antifaz o presentarnos en él tal como somos. Al menos, ese sabor deja en quien esto escribe, convencida de que el arte tiene para cada cual siempre un especial alcance.


 
                        
                        
                        
                    







 
         
         
         
         
        

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