«La Elefanta sospechó que Aureliano Segundo, sin saberlo, había descubierto el mismo método que ella, pero por el camino absurdo de la irresponsabilidad total». Así narra García Márquez, en Cien años de soledad, la certeza a la que arribó Camila Sagastume, al ver a Aureliano engullir como un descontrolado, sin estructura alguna, en el legendario duelo que tuvo con ella y que parecía le causaría la muerte.
Hay músicos que tocan como si compitieran en una descomunal batalla que los llevará a la muerte. No fenecen, sin embargo: nos siguen atormentando. La banda AC/DC pertenece a esa categoría. Aparentemente sin método ni tino, como Aureliano, llegan de esa insospechada manera, con los años, a una maestría comparable con la de otros que ejercieron una disciplina similar a la de la Elefanta, «poseedora de un estilo evidentemente más profesional, pero por lo mismo, menos emocionante para el abigarrado público que desbordó la casa». Al arte lo puede ayudar el oficio, pero no es el oficio lo que lo hace arte.
Si de algo deberíamos quejarnos de AC/DC es que transformó la rebeldía de clase media, pero no obstante rebeldía orgánica de grupos que le antecedieron, en perreta de niñatos consentidos. Puro espectáculo.
Surgidos a la mitad de la década del 70, su presencia se hizo notar realmente con el álbum Highway to Hell, en 1979, cuando Bon Scott aún vivía. Se emborracharía hasta la muerte en 1980. Mudados para Londres en 1976, llegaron a una escena musical donde el punk reinaba casi incuestionado. Lograron atraer a un público de clase obrera, el mismo atraído a la escena punk que, sin embargo, en el sonido crudo y duro de los australianos hallaron experiencias que no habían encontrado en este último. La preferencia no era sorpresiva, en Australia el grupo, que en la tierra del Down-Under es pronunciado Acca-Dacca, después de una breve incursión inicial en el glamour rock, fue etiquetado como la banda de punk australiana.
De alguna manera continuidad de Easybeats, la banda de George Young, la visión musical, algo estrecha, de este se trasladó a los primeros años de AC/DC. Sin embargo, el sello particular del grupo puede hallarse en una vena que llega de Good Times, la canción que hizo a Paul McCartney detener su auto cuando la oyó en la radio de su automóvil. Influidos por la banda australiana Los Aztecas, esta trajo la idea de que el rock se trataba de poner los amplificadores a toda potencia y dejar que la música golpeara la cabeza de los oyentes hasta aturdirlos mientras gritaban, «chupa más orine», una referencia a beber más cerveza. AC/DC tomó esa misma batuta en la música de pubs en Melbourne y Sidney, apelando a adolescentes que necesitaban ser musicalmente apaleados.
El álbum Back in Black, en 1981, ya es otra cosa. Después de años de exageraciones sin ton ni son, el hito los encauzaría en ese camino descrito por la Elefanta en que, atrincherados en los excesos, logran trascender, al menos por el momento. Para reafirmar la idea, en 1984 la banda fue considerada, por una encuesta de la revista Kerrang!, entre las decepciones más grandes del año, y un crítico los denunció como una banda que «ha hecho el mismo álbum nueve veces». No fue hasta 1990 que recuperarían lo alcanzado en 1981, y en 1991 fueron de las bandas invitadas al colosal festival de rock de Moscú.
Hells Bells comienza con el doblar de campanas en honor al fallecido Bonn Scott. Soy un trueno rodante, anegando lluvia / Vengo como un huracán / mis relámpagos cruzan el cielo / solo eres joven, pero morirás.
Sting, no hace mucho, puso a la banda como ejemplo de que mantenerse en un grupo mucho tiempo te estanca creativamente. Fue generoso. El músico inglés argumentaba la decisión, décadas atrás, de abandonar The Police.
AC/DC es mundialmente famoso por la misma razón equivocada que Kiss lo es, pero no seré tan cruel con la banda australiana. Debemos reconocer que, independientemente de otras consideraciones, si pones en pausa tu racionalidad y los oyes lo suficientemente alto, hay canciones de la banda que te levantan del piso con una inyección de adrenalina. No subestimemos ese efecto de catarsis que tarde o temprano todos necesitamos de manera más o menos recurrentes para no sentirnos muertos.
En ellos, el mensaje es secundario al sonido, aunque esté allí, como lo está en El borde de agosto, el cuadro de Mark Tobey, cuya composición consiste en esa acumulación abigarrada de glifos que parece no decir nada y al final te lleva a un escenario de catarsis.
A Sthendal le obsesionaba lo que afeara el acto y sin embargo se hiciese necesario. El famoso «pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención». AC/DC es eso, una ráfaga en medio del rock, una cosa obscena a la que no podemos negarle la atención de los que han llegado a algo original de la manera que la Elefanta desaprobaría, pero que no le queda otra que reconocerle el mérito.
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María dijo:
1
20 de agosto de 2022
17:31:07
Luis Roche dijo:
2
20 de agosto de 2022
18:37:36
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