ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Santiago Álvarez con Iván Nápoles en Vietnam. Foto: Marta Rojas

La mano sostiene un cigarrillo, se mueve por el cuadro, subraya, enfatiza. En off oímos a Raúl Roa. Estoy mirando esta escena, me asusta el plano y, entonces, la cámara BL desciende poco a poco y encontramos la cara de Roa. Ningún director podía haber planificado o ideado este plano. No con aquella técnica. Iván Nápoles, en pocos segundos, registraba la inquieta personalidad de Roa.

Intuición, sagacidad, la clarividencia de sus ojos entrenados para descubrir imágenes, detalles reveladores que no habíamos visto. Años antes, en Vietnam, filma a Ho Chi Minh, que camina con Santiago y ocupa el centro del cuadro. Entonces la cámara se mueve, busca y encuadra las sandalias de Ho Chi Minh; la sobrecogedora sencillez de esas imágenes bastaban para el retrato del excepcional hombre que Iván veía por el visor.

Por años escribe –con una letra enredada– en unas libretas escolares sus vivencias y aventuras en y con el cine. Me las enseñó, pero no las leí. Fue a Alice de Andrade, documentalista brasileña, a quien se las prestó, y de ahí salieron los testimonios que filmó en 2008. Quizá es su única entrevista frente a cámara, y le confiesa a Jerónimo Labrada que a los que antes les dijo que no, ahora lo iban a matar.

Con Santiago Álvarez formó un binomio único. Eran muy diferentes, se complementaban, creo que se adivinaban, y el equilibrio estaba en que sabían cómo mantener una libertad y autonomía creativa muy intensa, en la cual la intuición y la confianza desempeñaban un rol esencial.

Iban al encuentro de noticias, sucesos o situaciones no previstas. No sabían qué iban a encontrar, ese era el reto o desafío. Sabían los límites de la técnica, y que 90 pies de película eran un minuto, y que disponían de cargadores para 200 o 400 pies en bn, en las ruidosas cámaras Arri.

Componía cada plano en la marcha mientras Santiago montaba en su imaginación. Lee de una de sus libretas: «volamos en un avión cazahuracanes, no había espacio, y Santiago decide que será mi asistente de cámara». Es el ciclón Flora.

Alice de Andrade escoge la playita de la calle 16 para filmarlo. Él se acicala, peina su blanco y poblado bigote, y leyendo en una de sus libretas confiesa: «Para mí uno de los mejores Noticieros hechos por Santiago es el 466, donde coinciden un juego entre Cuba y Estados Unidos. Este Noticiero tuvo de todo, tanto en el aspecto político como deportivo. Hacía pocos años que los marines se habían metido en República Dominicana. Los dominicanos por esta causa les cogieron un odio tremendo. Cuba es campeón mundial. Los peloteros se abrazan y corren por el terreno con la bandera cubana. El estadio explota gritando: yanquis, go home».

Vietnam y Hanoi bajo las bombas. «Los vietnamitas nos metieron en un hotel y Santiago les dice: vine a filmar, no a meterme en un refugio. ¡Iván, coge la cámara! Aquello era una pesadilla. Todo estaba derrumbado, en cenizas y muchos muertos. Doy un giro y veo a Santiago secándose las lágrimas».

Otro día y otro bombardeo, los vietnamitas le dan una ramita para que se protegiera. «No lo creía, pero era en serio. La cogí en mis manos así (lo ilustra), y me tapé con la ramita». Cuando hace el cuento, concluye: Fue con esa imaginación, y su decisión, que los vietnamitas ganaron la guerra».

La muerte no tiene nada que ver contigo. Otro día y Vietnam, los aviones atacan. El equipo que filma –Marta, Daniel, Santiago– se tira en un hueco, uno arriba de otro, en un intento de protegerse, y tú, Iván, eres el último que lo hace, y un gesto lo dice todo: con tu cuerpo proteges la cámara. La cámara es tu segunda piel.

Miras y ves el bosque y el árbol. Cada imagen que adivinas, cada fotograma que filmas vive en nosotros.

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