Es posible rastrear al menos dos coincidencias entre las reacciones de los televidentes estadounidenses y los cubanos que, con apenas dos años de diferencia, accedieron a los 18 capítulos de la serie Stumpdown: la impresión de estar ante una producción que se resistía, sin terminar de lograrlo, a reproducir los cauces habituales del género detectivesco, y el establecimiento de una relación de simpatía-antipatía con la protagonista, Dex Parios, investigadora por encargo y cuenta propia.
Casi todos los capítulos resumen un caso que pone a prueba la capacidad e intuición de la detective. Como tales no son muy novedosos que digamos: la búsqueda de una adolescente, el desmantelamiento de una red de tráfico de droga, la reivindicación de un vínculo familiar, y así otros por el estilo, hasta llegar al de mayor densidad y a la vez el que el guionista Jason Richman esquiva en profundidad: la muerte del soldado indoamericano Benny Pájaro Negro, antigua pareja de Dex, en Afganistán, punto de quiebre que comparte con la lideresa tribal Sue Lynn.
No pidamos en esto último peras al olmo. Ni el intervencionismo imperial está en el campo de los cuestionamientos, ni los ocultamientos del Pentágono. La verdad sobre Benny es un pequeño misterio resuelto a una escala doméstica menor, por muy bien montada que parezca la trama.
El gancho de Stumpdown está en personajes y atmósfera y no en la investigación criminal por sí misma; en la disfuncionalidad emocional de Dex Parios –puesta en primer plano para beneficio de las cualidades histriónicas de Cobie Smulders– que transita desde saltarse reglas hasta su descarnada sexualidad; en los trabajos de Sísifo de su amigo Grey (Jake Johnson) para reinventar su vida; en la acrecentada duda del policía (Michael Ealy) ante las oquedades del sistema; en el abroquelamiento de Sue Lynn (una más que convincente Tantoo Cardinal) para defender su parcela identitaria en un espacio comunitario que cuenta con la única ventaja de explotar el negocio del juego; y en el humor que destila Tookie (Adrián Martínez), para sobrellevar, desde su camión de comida mexicana, su marginalidad étnica.
Pero, sobre todo, gana la serie en el humanísimo tratamiento con que arropa a Ansel, el hermano de Dex, un joven con Síndrome de Down que se desarrolla e integra para tener vida propia. Personaje e intérprete –Cole Sibus ha hecho carrera a conciencia de su condición genética particular– desmitifican prejuicios y actitudes compasivas.
En cuanto a la atmósfera, James Griffiths, con la anuencia y colaboración del creador de la historia original, no hizo más que volcar los elementos contenidos en la novela gráfica homónima lanzada por Greg Rucka en 2011, ilustrada por Matthew Southworth, y publicada por Oni Press, editorial independiente de Portland, Oregon, cuyos habitantes suelen llamar Stumpdown.
Al margen de DC y Marvel, los grandes emporios de la industria del comic –para la primera Rucka creó nada menos que Mujer maravilla (Wonder Woman)-, el autor quiso volver con Stumpdown a los planos de la realidad.












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