El león de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), que durante años hemos visto rugir en el cine como antesala de cada filme de esa casa productora, cambia de dueño en medio de una batalla de monopolios por dominar el imperio streaming.
Finalmente, Amazon hizo efectiva una jugada cantada desde hace meses: compró la MGM por 8 450 millones de dólares y se adueñó de una herencia cinematográfica integrada por más de 4 000 películas y 17 000 horas de seriales, shows y otros entretenimientos, un inventario histórico con casi un siglo de existencia y no pocos clásicos de Hollywood.
Algunos se preguntan si fue una buena jugada dentro de las maniobras competitivas del sistema, y la respuesta es sí, por cuanto el gigante financiero pretende entrar de lleno en el suculento negocio del streaming, fortalecido por esta pandemia que sigue cambiando el hábito de los espectadores de ver cine, mientras las compañías de televisión por cable, junto a los propietarios de las salas, continúan rompiendo lanzas con la esperanza de reconquistar el terreno perdido.
Desde la lejana Mogambo (John Ford, 1953), con Clark Gable convertido en un cazador profesional asentado en África y asediado por Ava Gardner y Grace Kelly, hasta cintas como Apocalypse Now y Lo que el viento se llevó, la Metro aporta no solo peso histórico y añoranzas, sino igualmente profesionalidad técnica para seguir haciendo películas competitivas, más allá de los bodrios y venenazos políticos-ideológicos que también ha firmado desde sus inicios, en 1924. Amazon busca ese respaldo en el oficio, después de haber entregado unos pocos buenos filmes de producción propia, pues lo característico de esta compañía de comercio electrónico y servicios de computación es adquirir títulos realizados por otros y luego distribuirlos.
Amazon busca superar a Netflix, Disney y hbo, que hoy exhiben una larga lista de producciones surgidas de sus propios emporios, lo cual da lustre en el mundillo cinematográfico, máxime cuando cuentan con importantes premios ganados en la arena internacional, incluyendo el muy comerciable Oscar.
Como en toda contienda donde el capital irrumpe, el poderoso se come al débil. Lo demuestra lo poco que han podido hacer algunos estudios y medios de comunicación inmiscuidos en la disputa por el streaming (Paramount, Peacock, y otras más), que revelan cifras de suscriptores insignificantes frente a los 214 millones de clientes que, en diario crecimiento, tiene Netflix en el mundo.
Amazon cree que podrá dejar atrás a las plataformas punteras. Y en la compra millonaria que acaba de formalizar, apuesta también por la creencia de que el cine, visto en casa, terminará imponiéndose al hábito tradicional de acudir a las salas.
Si la cinematografía estadounidense terminó por convertirse en la gran dominadora internacional después de la Segunda Guerra Mundial se debe, en gran medida, a que no tardó en descubrir que el cine se impone más por su distribución que por el contenido de sus películas.
Quien rige la distribución tiene la llave de todos los truenos. Lo sabían los antiguos estudios, y lo saben los que ahora, al calor de los nuevos tiempos, se apropian del viejo león y le sacan brillo a su dentadura.










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Wilfredo dijo:
1
23 de marzo de 2022
01:46:31
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