ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Facebook de Alexis Díaz-Pimienta

Anoche Silvio Rodríguez me mandó esta foto, con un escueto mensaje: “Hoy se nos quedó en la eternidad. Fuerte abrazo”. Y no podía creerlo.

Ernesto Rancaño ha muerto. El Ranca, el gran poeta de las artes plásticas cubanas, el de los Martí y los colibríes. Ha muerto. No podía creerlo. Tan joven, además, tan talentoso. No supe nunca que estaba enfermo. Hacía años que no lo veía y que no hablábamos.

Pero la amistad y el cariño y la admiración continuaban intactos. La foto es de cuando hicimos la gira Nacional con Silvio llevando arte a las cárceles cubanas, un rayo yo de luz en la oscuridad de tantos presos.

Yo improvisaba, Silvio cantaba, Rancaño pintaba en vivo y en directo y donaba el mural. Música, poesía, plástica. Eran conciertos llenos de emociones encontradas y al Ranca lo recuerdo así, como en la foto, con su gorrita de pelotero y sus gafas oscuras para protegerse del inclemente sol pero también de todos y de todo.

Su timidez me impresionó. Su cara y gestos bondadosos, bonachones. Cleam face, le llaman en inglés. El Ranca tenía clean face. Y poco a poco fui descubriendo su arte, su obra heterogénea y tan llena de poemas visuales. Conversamos mucho durante aquella gira. Sobre música, literatura, pintura, amores.

Y nos hicimos amigos sin alardear de amistad, sobriamente. Algunas veces lo visité en su estudio de La Habana Vieja, con mi hermana Adriana (que también está en la foto, que también le tomó gran cariño, que también sufrió anoche la noticia) y allí supe en mayor proporción las dimensiones de su obra artística y de su talante humano. Rancaño.

El Ranca. Un poeta. Un poeta vital metido en el cuerpo de un pintor. Y volvimos a reír y a compartir cervezas y poemas y anécdotas. Recordábamos, como un episodio irrepetible en nuestras vidas, la gira con Silvio, 15 conciertos inolvidables, llenos de momentos sublimes y de lágrimas.

Y recordamos la gran fiesta final, en su casa. Cuando se dijo que había que buscar un sitio para la fiesta de despedida El Ranca no lo pensó dos veces: ofreció su casa. Y allí nos metimos no sé cuántos: 30, 40 personas. Y bebimos y comimos y leímos y reímos y cantamos.

Recuerdo que había un piano en medio de la sala y alrededor del piano sucedió todo, muy simbólico: Silvio, Vicente Feliú, Amaury Pérez, las chicas de Sexto Sentido, Lester Hamlet, Reynaldo González, mi hermana y yo, Rancaño y muchos otros, músicos, técnicos, utileros, todos felices y llenos de luz, todos agradecidos por las tremendas lecciones humanas que nos había dejado la experiencia, todos sintiéndonos “un tilín mejores”, como personas, como artistas. Recuerdo que estábamos, ademas, rodeados por las obras de Rancaño.

En las paredes, en los muebles, hasta en el techo. Cuadros, litografías, serigrafías, instalaciones. Arte, con mayúsculas.

Y recuerdo la risa tímida de El Ranca, el anfitrión. Y la voz de Silvio cantando, por última vez, Expedición, el temazo que nos había servido de himno durante la gira. Recuerdo las lágrimas, los abrazos, las caras de felicidad de todos. También del Ranca.

Y ahora, así, de golpe, sin avisar, se fue. Ya no está. Ya no lo veré más. Qué rabia. Siempre sucede. Pospones el encuentro con los amigos una y otra vez, porque hay tiempo. Y es mentira. Lo dijo Borges:

“En cierta calle hay una firme puerta /

con su timbre y su número preciso /

y un olor ha perdido paraíso”.

Y Eliseo Diego: “les dejo el tiempo, todo el tiempo”.

Y Borges de nuevo:

“Si para todo hay término y hay tasa /

y última vez y nunca más y olvido /

¿quién nos dirá de quién, en esta casa, /

sin saberlo nos hemos despedido?”

Y Eliseo otra vez:

“La muerte, en fin, es esa mancha en el muro /

que una tarde hemos mirado, /

sin saberlo, con un poco de terror.”

Y se me cuelan unos versos míos: “Siempre son jóvenes los poetas muertos”.

Y es cierto. Hoy queda demostrado. Acaba de morir el poeta Rancaño, jovencísimo; no vio la mancha en el muro, y nos dejó el tiempo, todo el tiempo, y me demostró que en cierta calle, su Calle, hay una firme puerta, su puerta, de la que me despedí por última vez aquella vez, sin darme cuenta.

Y esto jode, enfada, molesta. Tenía que haberlo visto más, me digo. Nos quedaron muchas cosas por hacer, muchas charlas pendientes. Pero “La muerte es esa pequeña jarra, / con flores pintadas a mano, / que hay en todas las casas / y que uno jamás se detiene a ver”, dice Eliseo.

Eso es: flores. “Pintadas a mano”. Y veo a un colibrí que aletea a mil versos por segundo delante de las flores. Y oigo a Silvio que comienza a cantar “El Colibrí y la flor”, emocionado, y terminamos todos cantando “Expedición” con él, contigo y para ti, Ernesto Rancaño, alrededor del piano:

“A bordo de esta expedición

Va un loco, un albañil, un nigromante, un ruiseñor

Y un beso espadachín

Nos falta un día, un niño, un don para sobrevivir”

Me doy cuenta entonces de que Silvio tiene toda la razón con su frase de anoche: “Hoy se nos quedó en la eternidad Rancaño”. Y una parte muy grande de todos nosotros se va con él. Contigo.

Descansa en Paz, poeta.

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