En la tarde de este viernes, Ernesto Rancaño acaba de marcharse. A los 53 años de edad se despide uno de los artistas mejor dotados de su generación, autor de una obra que lo situó en la vanguardia de la creación visual cubana contemporánea.
Físicamente una cruel dolencia rindió su cuerpo, mas no su espíritu. Había que ver el ánimo con que celebró hace apenas unas semanas la muestra de una selección de su obra reciente en el Palacio de la Revolución, bajo el título Al amparo del Dador, dedicada a José Martí, que permanecerá abierta al público hasta el venidero 30 de abril.
En esa oportunidad, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, declaró: «Esta exposición es un homenaje sublime al Apóstol, donde encontramos las angustias y las certezas de las expresiones martianas…».
Habanero de nacimiento, egresado de la Academia de San Alejandro en 1991, miembro de la Uneac, Rancaño despegó en la búsqueda de un lenguaje propio desde sus primeras exhibiciones personales, como la prometedora visión que entregó con La mano ciega, tanto en la capital cubana como en la puertorriqueña San Juan.
La crítica y el público coincidieron en resaltar la madurez alcanzada con los trabajos de Tu nombre se escribe con agua (México, 2004), Todo el tiempo de los cedros (París, 2008), Abrazos prohibidos (La Habana, 2009), La carta que nunca escribí (La Habana, 2011) y La mitad de mi vida en la xi Bienal de La Habana.
Entretanto su obra interesó a especialistas y coleccionistas de decenas de países de América Latina, Europa y Norteamérica, donde llegó a ser sumamente valorado.
Una de sus últimas exposiciones, Ego te absolvo, en la Galería Villa Manuela, de la Uneac (2019), concitó la atención por la depuración de una poética transida de hondas resonancias líricas. Antes había dejado una huella impactante en ese mismo recinto con Menos mal, buenos más (2006).
Pintor, dibujante, instalacionista, artista gráfico, todo a la vez, Rancaño nunca dejó de explorar nuevas posibilidades discursivas, en las que fue concentrando su paleta cromática hasta el predominio de blancos, negros y grises y si acaso una nota de color rojo. Mientras por una parte llegó a definir una especie de marca reconocible a distancia, por otra, sobre todo en las dos últimas décadas, se decantó por tanteos conceptuales, casi minimalistas, sobre la razón del arte y el lugar del artista en la sociedad.
En muchas de sus creaciones insertó la figura del colibrí en pleno vuelo. No se trataba únicamente de un signo de identificación con la naturaleza insular, sino una señal en la que resistencia, empuje y altura fundieron la imagen de una venturosa realidad. En lo adelante, el vuelo del colibrí será también el del artista auténtico, el de una creación destinada a prolongarse en el tiempo.
Por decisión personal y familiar su cadáver será cremado.
Tristeza infinita ante la pérdida de un gran hermano, de un extraordinario ser humano, de un artista total, comprometido con #Cuba, su Revolución y su pueblo. Querido Ernesto Rancaño te extrañaremos siempre. Desde tu @UNEAC_online lleguen mis condolencias a familiares y amigos. pic.twitter.com/pUqq41XPz9
— Luis Morlote Rivas (@LuisMorlote) February 25, 2022












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Carlos Reyna dijo:
1
27 de febrero de 2022
11:31:51
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