ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Mohamedou Oud Slahi. Foto: Tomada de la Presse

Un lunes del último mayo llegó a las pantallas domésticas de la TVcubana el filme El mauritano, en el espacio Solo la verdad, dirigido y conducido por Jorge Legañoa. Ante los ojos de los televidentes se develó el trágico destino de Mohamedou Oud Slahi, un joven oriundo del país norafricano que permaneció 14 años cautivo, aislado y escarnecido, en el único lugar de Cuba donde se violan flagrantemente los derechos humanos: el territorio de la bahía de Guantánamo ilegalmente ocupado por EE. UU.

A la programación del 42 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano llega, en el ciclo de presentaciones especiales, el filme documental Slahi y sus torturadores, estrenado por una televisora alemana en septiembre, justo a dos décadas de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y puesto a circular internacionalmente bajo el título In Search of Monsters.

Aquí se muestra el Slahi real, sin el carisma del actor francés Tahar Rahim ni las elogiadas interpretaciones de Jodie Foster y Benedict Cumberbatch. Sin los afeites de la ficción. Enfrentando sus miedos y fantasmas por debajo de la pátina sonriente de la criatura que supo valorar el peso mediático de su revelador testimonio, aun estando preso, cuando sus abogados consiguieron antes de su excarcelación la publicación en Diario de Guantánamo, bitácora de su prolongada estancia en el infierno instalado en Guantánamo. Por cierto, el libro fue censurado; párrafos y páginas enteras muestran el grueso trazo negro de la censura.

A Slahi lo abdujeron de una fiesta familiar en Mauritania, adonde viajó desde su residencia en Alemania; lo metieron de cabeza en la base yanqui al este de Cuba, lo torturaron física y espiritualmente, golpizas y prohibiciones litúrgicas, lo chantajearon con el cuento de que la madre pedía que colaborase con sus verdugos. ¿Pretexto? Una llamada de un primo suyo vinculado a Al Qaeda y una estancia en Afganistán en los tiempos en que ee. uu., el Pentágono y la cia armaban a los talibanes para que enfrentaran a los ocupantes soviéticos.

El periodista estadounidense radicado en Berlín, John Goetz, apoyado en el oficio del documentalista Ben Hopkins, con larga carrera en medios europeos, se propusieron confrontar las vivencias de Slahi con las de sus torturadores, una vez puesto aquel en libertad sin cargos ni proceso. Goetz encaminó sus energías a localizar a los represores y dio con algunos de ellos que accedieron, luego de mucho esfuerzo, dar la cara en el documental, y hasta quisieron ser simpáticos. Quizá haya sido su más fatigosa investigación; a él se debe la exposición de las generosas pensiones pagadas hasta 1997 por el Gobierno alemán a exmiembros letones de las ss, y de los entresijos de la organización de extrema derecha National Socialist Underground.

En el caso de Slahi, aprovechó su experiencia en la búsqueda de los agentes de la CIA involucrados en el secuestro en 2006 de un ciudadano alemán de origen árabe desde Skopje, capital de Macedonia, a territorio invadido afgano.

En el documental de Goetz y Hopkins, el momento más terrible sucede durante una entrevista con un tal Mr. X, descrito por Slahi como el más brutal de los torturadores. El sujeto admite haber sido entrenado en «métodos especiales de interrogatorio», y sin el más mínimo recato señala sus prácticas en Iraq y Afganistán. El periodista lo interpela: «¿Entonces torturó?» Mr. X responde: «Sí, eso es tortura».

¡Y que luego las autoridades estadounidenses vengan a hablar de derechos humanos!

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