Sin señas particulares, debut en el largometraje de la mexicana Fernanda Valadez, reitera una temática afín a ese país, las migraciones económicas clandestinas de México a Estados Unidos, una acción que suele estar acompañada de dos factores determinantes, el peligro y la violencia.
El filme las recrea sin perder la brújula de lo que realmente le interesa narrar desde una perspectiva humana: la odisea de una madre que le sigue la pista a su hijo, desaparecido en el intento de alcanzar el «sueño americano».
Las evidencias oficiales tratan de hacerle ver que el muchacho ha sido asesinado, pero ella («tal vez mi hijo está muerto, pero tengo que saberlo») se niega a firmar la defunción de la que no tiene certeza, y sigue buscando.
La historia se ubica en la década de 2010 y trata el tema de las desapariciones esquivando los desbordamientos melodramáticos, y sin dejar afuera asuntos tan determinantes como el miedo imperante en la sociedad y el imperio ultrajante de las bandas armadas.
Se ha destacado en su composición la equilibrada narrativa y la fotografía. Sin señas particulares obtuvo diferentes galardones en festivales, incluyendo el respaldo del público.
Al recibir una de esas distinciones en San Sebastián, Fernanda Valadez expresó: «México no despertó un día convertido en un asesino en serie; los 12 años que llevamos de violencia son fruto de un largo proceso en un contexto de pobreza y de tráfico ilegal de todo tipo de mercancías, que acaba convirtiendo la vida en otra mercancía más».
En el apartado de óperas primas concursa, por Chile, La nave del olvido, con guion y conducción de Nicol Ruiz Benavides, una historia de amor descrita así por la sinopsis: «Claudina, de 70 años, es una mujer de campo, que vive en un pueblo llamado Lautaro. Tras la muerte de su esposo, descubre su sexualidad y la libertad gracias al amor de otra mujer. Claudina comprenderá que la libertad puede ser solitaria, pero irrenunciable».
Un empeño de nueva vida que no siempre es comprendido por otros, en este caso por parte de la hija de Claudina, que se planta en firme frente a la decisión de su madre.
Nicol Ruiz ha dicho de su filme que «hablar de la libertad implica un proceso muy valiente, necesario y doloroso», de ahí que se haya empeñado en realizarlo desde la ternura. Y Rosa Ramírez, que encarna a la protagonista, aseguró que «hablar de la sexualidad en mi país es bien difícil, todavía se castiga la homosexualidad y para mí fue un desafío en lo personal, pero también un regalo la posibilidad de trabajar en el cine de la mano de una mujer que no conocía un tema del que necesitamos hablar».
Un viejo conocido, el argentino Matías Piñeiro, presenta en el Festival su sexto largometraje, considerado por algunos como su película más ambiciosa y compleja, Isabella, acerca de dos actrices jóvenes –una más exitosa que la otra– que se relacionan por aspirar a un mismo papel en una pieza teatral de Shakespeare.
El filme recurre a innovaciones en el tratamiento del tiempo y la geografía y no faltan quienes han visto en él influjos experimentales vinculados al clásico de Alain Resnais, El año pasado en Marienbad (1961), una entrega del modernismo cinematográfico que rompió con las reglas del Hollywood más clásico.
Al referirse a la temática de su filme, Piñeiro dijo que se propuso evitar la típica narrativa en la que una mujer anhela lo que otra posee. «Las propias actrices –dijo– evitaron esos clichés. Y los saltos temporales nos ayudaron a mostrar que sus circunstancias cambian y que ese objeto de deseo común, el obtener un papel en una obra de teatro, también va mutando y puede tener otro valor».












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