
Si bien los bestiarios representan una modalidad literaria propia de la Edad Media, en los siglos subsiguientes continuaron cultivándose sin los dogmas ni la carga didáctica propios de esa época. Escritos en prosa o verso, esta clase de texto, como sugiere el nombre, consiste en la descripción y comentarios de animales reales o fabulosos (bestias) con carácter simbólico y alegórico, por medio de los cuales se condenan los defectos o «pecados» de los individuos y se exaltan la fe religiosa, el acatamiento y la transitoriedad de la existencia.
Al paso del tiempo, esta modalidad literaria se hizo también presente en algunos escritores de América Latina, como el mexicano Juan José Tablada (1871-1945), en el poemario El jarro de flores (1922), notable por el empleo del haiku y la fauna americana. Otra muy especial es el Bestiario (1951) del argentino Julio Cortázar (1814-1984), cuentos de gran complejidad técnica y metafórica. A su vez, Pablo Neruda (Chile, 1904-1973) la lleva a la poesía en Bestiario, honda reflexión progresista-existencial de su libro Extravagario (1958).
Por su parte, Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000) entrega en El Gato de Cheshire (1965) un bestiario con nueve «formas breves» de gran belleza poética e intensidad intertextual. De la misma manera, el escritor mexicano Juan José Arreola (1918-2001) da a conocer en 1959 Punta plata, bestiario cuyos relatos revelan una acertada fusión de lo irónico y lo poético sin acudir a lo instructivo. En Argentina, Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero publican en 1967 El libro de los seres imaginarios, obra enciclopédica en la cual dan cuenta de los animales que han perdurado en nuestra imaginación a través del tiempo, como el unicornio.
Mención aparte por su singularidad –quizá solo coincidente con Tablada por el año de escritura de su libro– merece Dulce María Loynaz (1902-1997), quien escribe un valioso bestiario años antes que los autores citados, quizá en 1920 o 1921. Su libro, sin embargo, tiene un origen curioso: vengarse de un profesor que la desaprobó en Historia Natural, pues aunque aprobó muy bien el examen oral, la reprobaron por no entregar los tres cuadernillos escritos que exigía el protocolo académico, algo que ella desconocía.
Tiempo después volvió a examinarse. Lo que no sabía el tribunal es que en lugar del cuadernillo con la descripción de 20 muestras del reino animal, la impetuosa joven había escrito un extraordinario bestiario con poemas cargados de humor, ironía, ingenio y vasta cultura. Por suerte para Dulce María, un catedrático amigo de la familia recibió los cuadernos, vio su contenido y, alarmado, los guardó celosamente para evitar males mayores. Dulce María alcanzó la excelencia. Ella diría muchos años más tarde que se trataba solo «de una ingeniosa broma, en nada ofensiva para nadie». Esa broma era su Bestiarium.
Con su carga de ironía y humor, el poemario se adelanta a los autores referidos, introduce la mirada de la modernidad y transgrede las normas establecidas por el medioevo: Lección segunda Scolopendra Morsitans (Ciempiés): Qué hará el Ciempiés / con tantos pies / y tan poco camino.
Al investigador y escritor Pedro Simón debemos que Bestiarium no continuase inédito. Supo por azar del texto, vio su trascendencia y logró que Dulce María consintiese en publicarlo. La presentación ocurrió una tarde única de 1991, en la Sala Villena de la Uneac. Dulce María estaba muy feliz. Pedro también. No sé si todos, ante la imponente presencia de la Loynaz, nos dábamos cuenta de la joya literaria que aquel día llevaríamos a nuestros hogares. Se leyeron poemas: Lección sexta Aedes Aegypti: Diminuto aeroplano en que viaja / la fiebre amarilla. Muchos años después de su escritura e incidente que le dio nacimiento, Bestiarium nos recordaba que una joven cubana abriría las puertas en las letras hispánicas a la práctica moderna de esta curiosa modalidad literaria. Y aunque lo esencial es el talento y resultado estético, no está de más señalar que esta obra fue escrita por una brillante mujer.
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