Todos los años se dice a sí misma: «¡Cuando llegue diciembre, no trabajo más!» pero, como le sucede cada vez, este segundo semestre de 2021 la ha sorprendido mientras dedica sus días a la compilación de las publicaciones de Alejo Carpentier en Venezuela y a la tercera colección personal de documentos en la que ha puesto su empeño, la de su esposo Pedro de Oraá, reconocido artista y editor cubano que falleciera en 2020.
En ese último quehacer la acompaña una de sus nietas, quien, de decidirse por la carrera de Ciencias de la Información, sería la quinta miembro de la familia en desempeñar la acuciosa labor de organizar el pensamiento de muchas personas plasmado en papel, de preguntarse «¿cómo pedirán los lectores que llegan a la biblioteca este libro?», y trabajar en función de ello.
Xonia Jiménez López tiene hoy 69 años y, a pesar de las restricciones sanitarias que ha traído consigo la COVID-19, hace todo lo posible por asistir casi diariamente a la Fundación Alejo Carpentier, donde trabaja desde hace dos décadas.
Pero su labor como Licenciada en Información Científico-Técnica y Bibliotecología «no se ha ceñido al trabajo en el buró», detrás de los libros o cubierta de polvo, como se suele creer. «La gente piensa que nosotras somos las tontas de las fichitas», insiste con fuerza, pero sin alzar la voz. Ha viajado a países como Dinamarca, Italia, Turquía y México, y ha explicado a otros especialistas del mundo «cómo funciona el sistema bibliotecario en Cuba, su estructuración y particularidades», y ha llegado a nuestro país con nuevas experiencias para mejorar las formas de hacer.
Entre 1968 y 1999, la Biblioteca Nacional de Cuba acogió a la afanosa cientista que, además, fue profesora universitaria, especialista en la Biblioteca Juan Marinello, y no ha parado de estudiar, pues bien sabe ella la importancia de superarse, tanto así que sus años de universidad los cursó viviendo en Alamar y viajando hasta la Quinta de los Molinos, con una pequeña a la que, en los recesos entre turnos de clase, iba a recoger al círculo y luego la sentaba a su lado en el aula. «Por eso me duele tanto que los jóvenes abandonen los estudios».
En la Escuela de Técnicos de Biblioteca se formó junto a un alumnado enteramente femenino, e hizo el servicio social en Nuevitas. «Mi mamá me tuvo que acompañar, porque la otra alumna que mandaron no fue. Vivíamos en la propia biblioteca, yo tenía 19 años, pero sabía que era lo que me gustaba. El fracaso de muchas personas es que entran a estudiar carreras de las que desconocen su contenido de trabajo. Yo siempre me sentí feliz».
Cursaba el décimo grado cuando escuchó por la radio la convocatoria para estudiar Bibliotecología. Ese día fue a hacer su prueba de Matemática y, tras concluir con los restantes exámenes, se presentó ante el jurado que evaluaría si era apta o no para estudiar, desde los 16 años, la carrera a la que ha dedicado su vida. Eliseo Diego y Salvador Bueno estaban entre los decisores, luego fueron sus maestros.
Hoy 7 de junio, Xonia festeja –trabajando- el Día del Bibliotecario Cubano, en honor a Antonio Bachiller y Morales. Ya en las aulas no solo hay mujeres, ya no se hace manualmente la mayor parte del trabajo, como en sus inicios en ese universo, pero ella se ha superado y no cesa de trabajar ni de aprender.










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