Más allá de las arbitrariedades y delirios de algunas de las categorías en que se vieron entrampadas las producciones concurrentes al Premio Cubadisco 2020-2021, hay motivos para celebrar el extraordinario mérito de los fonogramas laureados en el campo de la música que suele destinarse a las audiencias que asisten a los conciertos sinfónicos y de agrupaciones de cámara y tienen la posibilidad, mediante grabaciones pulcras y fielmente realizadas, de acceder a notables composiciones y no menos destacadas ejecuciones.
El galardón adjudicado a Cuba: the legacy (Rycy Productions), a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) bajo la dirección de su titular Enrique Pérez Mesa, coloca en primer plano a dos compositores que encarnan un arco de continuidad y compromiso con la música contemporánea insular en el tránsito del siglo XX al XXI.
A punto de cumplir 96 años de edad –vicedecano de nuestros autores en activo, pues el decano es el venerable Alfredo Diez Nieto–, y residente en Estados Unidos desde tantísimos años, Aurelio de la Vega es una figura esencial en la historia de la música cubana y nunca ha dejado de pensar en el legado que entrega a las nuevas generaciones de los habitantes de su isla.
Intrata (1972) revela uno de los núcleos de su poética, en una etapa en que comienza a desembarazarse de la influencia de los códigos posteriores de la vanguardia schonbergiana y se muestra mucho más suelto, libre y rotundo, dueño y señor de una perspectiva vanguardista propia, que debía ser referencial no solo por su perfección formal, sino también por su carga emocional. Excelentemente interpretada por la OSN y su director, recuérdese que la obra fue comisionada y estrenada por la Filarmónica de Los Ángeles, con el célebre Zubin Mehta –la batuta de los concertazos de Pavarotti, Domingo y Carreras– en el podio.
Discípulo de Aurelio, pero nada parecido al maestro, Yalil Guerra, entre California y La Habana, ha construido un puente de idas y vueltas, y una obra sólida, de rigurosa asimilación de estructuras clásicas y raíces identitarias, y un marcado compromiso con la memoria patriótica, como es el caso de la Sinfonía no.1, La palma real, que evoca la estatura simbólica de José Martí en los tiempos actuales.
La categoría música de cámara distinguió la obra de Javier Iha Rodríguez, contenida en retratos y escenas peregrinas, una coproducción de Colibrí y la Asociación Hernamos Saíz (AHS), en la que se implicaron la musicóloga Carmen Souto, el maestro Juan Piñera, el director José Antonio Méndez Padrón, el ingeniero de sonido Giraldo García –formidable desempeño– en intérpretes profundamente identificados con las propuestas estéticas del compositor, entre los que sobresalen el cellista Alejandro Martínez en Variaciones libres, y la conjunción del pianista Abel Figueredo, la percusionista Janet Rodríguez y la orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana en el Concertino para piano, marimba y orquesta de cuerdas.
Música de cámara al más alto nivel, aunque descolocada en otra categoría, es Brothers, encuentro de los hermanos López Gavilán (Aldo, pianista, e Ilmar, violinista): diez piezas que revelan el vuelo poético, la imaginación y el ingenio de las composiciones de Aldo, quien rompe con coherencia y lucidez las esclusas entre el jazz y las escuelas clásicas y románticas, entre la herencia cultural occidental y la música popular cubana, y la empatía con la madurez conceptual y el virtuosismo interpretativo de Ilmar.
El merecimiento como solista concertante de Anolan González avala la certeza de muchos: ella es una ejecutante excepcional de su instrumento, La viola en Cuba (Producciones Colibrí) es una confirmación. Era hora de que ella, presente en los más importantes eventos de la vida musical cubana, tuviera el protagonismo que se ha ganado.












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