Nada como la transparencia en las relaciones humanas, en la política y en el amor. Lidiar con algo que se parece, pero no es, resulta de las cosas más dolorosas y complicadas. Descubrir que te dieron gato por liebre causa malestar, y aunque tampoco es muy bueno que te den pollo por pescado, al menos si avisan del cambio, pues terminas comprendiendo la sustitución.
Del fraude se habla bastante, es una conducta que denota muy poca altura moral en los implicados, lo mismo si es un estudiante que confecciona el célebre chivo o un funcionario que se vuelve diestro en irse por la izquierda con algo que no le toca. Es una pared de cartón que en cualquier momento vuela, cuando soplan los aires de la verdad.
Aquello que en el barrio vendía Augusto Anada Bueno, eran las más perfectas simulaciones de un pan con lechón asado, porque lo de afuera casi no era pan (aunque esto no dependía de Augusto) y lo de adentro casi no era puerco. Un acomodo solapado de las masitas del mamífero nacional, hacían pensar en la exuberancia del sándwich; sin embargo, posterior a la primera mordida llegaba la conformación dolorosa de la estafa.
En el amor, las simulaciones son terribles, y esos fingimientos pasionales hacen más daño que un comején a un piano. Están los que simulan querer más que Romeo a Julieta y los que fingen una fidelidad que luego termina destrozada por las indiscreciones de Facebook o la curiosa observación de alguna vecina.
Pero las palmas en el asunto se las lleva la política, en ella el fraude es un mal que devora el cuerpo de las naciones. En la Cuba prerrevolucionaria aquello era lo más común a la hora de armar el circo electoral, se engrasaban los mecanismos para inflar el número de votos, proliferaban las boletas falsas y hasta los muertos votaban.
Es un mal que anda dando vueltas por Latinoamérica en estos tiempos, con el supremo ejemplo del Guai-dog venezolano, entrenado para el histrionismo politiquero, capaz de simular una presidencia que nunca ha tenido y candidato para el Nobel del Fraude, si se otorgara tan despreciable premio. Por otro lado, está la OEA, experta en hacer del engaño su mejor estrategia, usada, paradójicamente, para denunciar un supuesto fraude, allí donde el electo no les conviene a sus amos.
Y aquí, en casa, también tenemos nuestros ejemplitos: delincuentes que simulan ser disidentes, cazafortunas que simulan ser periodistas, mediocres que simulan ser artistas y mercenarios que ya ni se molestan en disimularlo.












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Ernesto dijo:
1
24 de noviembre de 2020
10:34:48
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