Falleció en La Habana, el pasado 31 de agosto, la prestigiosa pianista y profesora Emma Norka Ruiz Poveda (1928), ilustre guantanamera, quien descendía, por una parte, del tronco familiar del autor de El grito abuelo –el incomprendido poeta manzanillero José Manuel Poveda (1888-1926), precursor de la poesía negra continental– quien, junto a Regino E. Boti, cimentara las bases de la poesía moderna cubana del siglo XX.
Habiendo cursado estudios de piano en La Habana, en virtud de su expediente académico, ganó una beca, en el transcurso de los 60, para continuar en el Conservatorio Superior de Música de París, donde, bajo la tutela de Joseph Benvenuti, se graduara con altas calificaciones. A su regreso a La Habana, Emma Norka desplegó una intensa labor como docente. Esa experiencia la llevó a convertirse en una de las más destacadas repertoristas de su tiempo en las Escuelas de Arte de Cubanacán. Su piano interpretó las más significativas obras femeninas del siglo XIX cubano y del XX, en cuya segunda mitad encontró su esplendor el redescubrimiento de nombres tales como Cecilia Aristi, María Cervantes, Gisela Hernández y Olga de Blanck, entre otros.
Como resultado de esa indiscutible trayectoria, a instancias de Raquel Revuelta, pasó a integrar el antiguo grupo Teatro-Estudio, hoy Compañía Hubert de Blanck, no solo como pianista, sino como asesora musical. Allí se jubiló aunque, ya para entonces, había acompañado a las destacadísimas cantantes líricas María Remolá, Alina Sánchez, Yolanda Hernández y Lucy Provedo. Muchos fueron los aportes de Emma Norka al bel canto y a las artes escénicas, no solo a partir de su impecable formación académica, sino a su excelencia en la ejecución y, sobre todo, a su invariable vocación de entrega, de cubanía, con ese marcado sentido de pertenencia que el movimiento teatral de la Isla le agradecerá siempre. Llegue a sus colegas, amigos y familiares, en especial a Estela Padrón, las más sentidas condolencias.
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