Estos días van a ser imaginados por los dioses y los adolescentes / que pedirán estos días para ellos. / Y se borrarán los nombres y las fechas / y nuestros desatinos / y quedará la luz, bróder, la luz / y no otra cosa.
Así termina el poema más conocido de Sigfredo Ariel. Y es cierto, es la luz lo que al final permanece, la suya. Trocó en oro lo que tocó con sus manos y su corazón de niño eternizado: el más joven de los poetas de la antología Usted es la culpable, puente entre promociones literarias, como siguió siendo un puente en todos los caminos que recorrió en el arte. Una fiesta cada descubrimiento suyo en los archivos de la Egrem: en placas antiguas y cintas los boleros y canciones y guaguancós memorables de los grandes de Cuba, que tantos nos aprendimos a fuerza de escuchárselos. Una fiesta sus programas para niños en Radio Ciudad Habana, que escribía diariamente en aquella máquina tan antigua como la imprenta que marcó su infancia; su presencia en las peñas de Marta Valdés; sus ilustraciones como filigranas en tantas antologías y libros de poesía; sus visiones entre amigos de los 80 frente a la bahía, su fidelidad a Santa Clara y sus inicios, el pecho entregado a la amistad diversa que lo llora hoy.
Lo acompañé en Santiago de Cuba a visitas y entrevistas que creyó impostergables. Andaba tras la huella de Roberto Nápoles, «el rey del contrabajo», fundador de la Estudiantina Invasora. En aquella salita humilde y familiar ambos crearon la magia de hacer latir toda la música de la ciudad; ambos sin edad, o lo que es lo mismo, ambos creando huellas… Se deslumbró con los trovadores que cantaban en esquinas y escaleras, y con la Casa de la Trova, hogar de presencias vivas y fantasmas.
En el prólogo a un libro mío escribió: «Es todo cuanto se precisa para vivir, ese ejercicio de la provisionalidad». Ojalá ese ejercicio hubiera sido más largo, tiempo para los sueños y proyectos de los que conversó hasta su último minuto. Otros viajes y ciudades y poemas y risas y dibujos donde contemplarnos y sabernos incluidos. Le pregunté y respondí en uno de los poemas que le dediqué: «¿Qué serías, Ariel, sin esos grandes fuegos / retocando tu mapa del país? Por desear la luz, por retenerla / atravesamos cualquier oscuridad…».
Atravesaría cualquier desfiladero, acompañada por esta Isla que te llora, poeta, para retener tu luz. Que la poesía te acompañe y nos acompañe, Sigfredo.
LA UNEAC DE LUTO
«Profundo dolor ante la partida del gran poeta y amigo Sigfredo Ariel, quien nos abandonó físicamente esta madrugada. Llegue a Eloy, y a todos los familiares y amigos del Sigfre, las condolencias de los que desde la Uneac le admiramos y querremos siempre», refirió la organización en Twitter.
Nacido en 1962, Sigfredo Ariel trabajó durante más de dos décadas en la radio y la televisión cubanas. Fue asesor musical de la película Buena Vista Social Club, de Wim Wenders, y productor de numerosos álbumes de música popular de la Isla. Como poeta, recibió los premios El Caimán Barbudo, David, Abril, La Gaceta de Cuba, Nicolás Guillén, Julián del Casal, y Nacional de la Crítica. También recibió la Distinción Por la Cultura Nacional.












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isauro dijo:
1
26 de julio de 2020
22:33:44
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