En los últimos días de mayo, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (icaic) anunció la convocatoria para que los cineastas cubanos apliquen a la primera edición del Fondo de Fomento Cinematográfico. El hecho resalta en medio del difícil escenario que aún nos impone la lucha contra la covid-19 y siembra la semilla de la primera cosecha tras varios años de intenso trabajo en el sector.
El Fondo surge a partir del Decreto-Ley 373/2019 del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente, que proporcionó un anhelado soporte legal a esa actividad artística con sus particularidades en Cuba. Los montos financieros –provenientes, en primer lugar, del presupuesto que destina el Estado cubano para la cultura, aunque se reconocen otras fuentes, como las donaciones– que sean asignados, tras la selección que el comité haga entre los proyectos presentados, harán posible la creación de obras que difícilmente pudieran llegar a ser algo más que una idea en el papel, de no contar con apoyo estatal.
Otros países latinoamericanos poseen una larga experiencia en este tipo de fondos para el cine y numerosas películas de la región, disfrutadas por el público cubano durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, han sido posibles gracias a eso.
Justo el día antes del anuncio del Icaic en Cuba, el 26 de mayo, en los titulares de México aparecieron las palabras «fondo cinematográfico», y la comunidad audiovisual mexicana también tuvo motivos para celebrar, pero no precisamente el nacimiento de su Fondo, sino que se haya salvado de desaparecer. La intervención en videoconferencia de los destacados directores Guillermo del Toro (El laberinto del fauno), Alfonso Cuarón (Y tu mamá también) y Alejandro González Iñárritu (Amores perros), logró que la Cámara de Diputados de México decidiera mantener el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine de ese país.
El Fidecine, como se le conoce, dedicado desde 2002 a la inversión de capital estatal y la prestación de créditos de «alto riesgo» a proyectos cinematográficos de corte comercial, había sido incluido en una lista de 44 ayudas federales que el bloque parlamentario del partido del Presidente Andrés Manuel López Obrador, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), presentó para su eliminación en el marco de la Ley de Austeridad para el uso de fondos públicos. El objetivo principal, además de disminuir el descontrol financiero y la falta de claridad en el uso de buena parte de esos fondos, que favorece a la corrupción, es utilizar ese dinero para enfrentar los gastos y la crisis generada en México por la pandemia de la covid -19.
Numerosos actores, directores y demás profesionales alegaron comprender la necesidad, pero al mismo tiempo se alarmaron por el impacto que eso tendría: «No es una medida momentánea, es la devastación de un ecosistema cultural», dijo Del Toro.
Finalmente, la solución dada al Fidecine fue la fusión con otro fondo destinado a la cinematografía: el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine), el cual desde 1997 apoya al cine de mayor valor artístico y carácter menos comercial, que también se salvó en un tilín.
El peligro de extinción para Foprocine se inició en abril con un decreto presidencial que anunciaba la eliminación de varios fondos para la cultura, entre los que están montos destinados a la conservación del patrimonio arqueológico, antropológico e histórico de México, el financiamiento de los museos Diego Rivera y Frida Kahlo, entre otros.
Estos fondos culturales están dentro de un paquete de 281 financiamientos estatales cancelados, para que ese dinero –equivalente al 1 % del pib mexicano– sea utilizado en mantener programas sociales, la reactivación económica pos-covid, generar y mantener empleos, apuntalar la industria petrolera por la caída de los precios del crudo y pagar la deuda pública.
«Un país sin cine es un país sin voz, sin imagen, sin espejo, sin memoria. ¿Qué país quieren?», preguntó el director Alejandro Springall.
Afortunadamente, se logró que Foprocine fuera incluido entre unos pocos proyectos con los que se haría una excepción.
«¡Estuvimos a un tris de que se acabara todo! –dijo el veterano director Arturo Ripstein, quien gracias al fondo pudo llevar al cine la novela de Gabriel García Márquez El coronel no tiene quien le escriba–, por fortuna parece que seguiremos siendo apoyados».
Son señales que debemos ver desde Cuba, para valorar que –manteniendo también la producción audiovisual institucional– se haya llevado adelante la voluntad de inaugurar nuestro Fondo de Fomento Cinematográfico para el cine independiente. En un país bloqueado y con carencias, eso tiene mucho más valor. El comité de selección tendrá una gran responsabilidad depositada, así como los realizadores cuyas obras reciban los beneficios.
En cambio, llama la atención que haya quienes se regodean en el hecho de que el Icaic –en aras de la imparcialidad y como debe ser– no tendrá poder sobre la decisión del comité. Ni tiene derechos sobre las obras, a diferencia de los fondos mexicanos, que sí los tienen. Habría que recordarles que la institución sí vela mediante contrato por el cumplimiento de los cronogramas y el respeto a la fidelidad de los proyectos presentados.
Curiosamente, los que insisten en anular lo más posible el papel de la institución, son los mismos que al salir el esperado Decreto, iniciando el Registro del Creador Audiovisual y sus posibilidades, se dedicaron a sembrar la duda sobre su ejecución o decir que era algo que se hacía para «controlar» a los creadores. Es a lo que se dedican medios digitales a los que poco les importan, verdaderamente, el cine y la cultura en Cuba, como no sea para referirse a ellos a través de la visión morbosa de nuestra realidad, destilar veneno ante la Revolución y sus historias, fomentar la discordia entre creadores e instituciones, y promover voceros que sirvan a esos propósitos.
Bienvenido el Fondo. Un fondo para obras elegidas en libertad y responsabilidad desde el país que somos, que no cabe en estereotipos; con la mirada más crítica y honesta a nuestra compleja realidad, más allá del regodeo exclusivo en algunas zonas de ella; un cine en el que se sienta reflejado –en su riqueza y diversidad– el pueblo, que es donde habita su público, el cual será, en definitiva, quien lo estará financiando.


                        
                        
                        
                    







        
        
        
        
        

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