Ernest Hemingway es uno de mis autores favoritos. No solo por sus temas, todos nacidos de sus experiencias de vida, de sus múltiples aventuras, sino por su particular estilo narrativo, sus diálogos nítidos y lacónicos, sus frases breves y contundentes.
«Todo lo que tienes que hacer es escribir una buena frase. Escribe la mejor frase que puedas.» Así se dice a si mismo –y nos deja como legado cardinal–en el segundo capítulo, Las enseñanzas de Miss Stein, de su libro de memorias y crónicas, autobiográfico, París era una fiesta (A Moveable Feast).
Fue el confinamiento anti-viral el que me llevó a revisitar a Hemingway, no tuve ninguna duda en buscarlo en el librero de los preferidos y tomé elpequeño tomo que es París era una fiesta para volver a disfrutarlo.
Estas memorias de Hemingway (Oak Park, Illinois, 21 de julio de 1899- Ketchum, Idaho, 2 de julio de 1961) fueron publicadas póstumamente, en diciembre de 1964, por la Editorial Scribners.
Sus veinte capítulos están precedidos por una nota aclaratoria de Mary Welsh Hemingway, su cuarta esposa, en la que apunta: «Ernest Hemingway empezó a escribir este libro en Cuba en el otoño de 1957… Lo terminó en la primavera de 1960 en Cuba…El libro trata de los años que van de 1921 a 1926, en París».
De mayor interés es el muy provocador prefacio del autor donde advierte de temas que no tocará por diversas razones, pero el último párrafo es el acicate extremo: «Si el lector lo prefiere, puede considerar este libro como obra de ficción. Pero existe siempre la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre cosas que fueron antes contadas como hechos».
Contadas como hechos, frase que puede darnos algunas claves tanto de los cuentos como de las novelas de Hemingway.
Primero fue el periodista. Inmediatamente de terminar la escuela secundaria trabajó durante unos meses como reportero del Kansas City Star y seguramente su libro de estilo formó la base para su escritura: «Utilice frases cortas. Utilice primeros párrafos cortos. Use un lenguaje vigoroso. Sea positivo, no negativo».
El propio Hemingway concedía la influencia del periodismo en su obra, principalmente esas frases directas, y mas tarde llamó técnica del iceberg a su estilo de narrar, ese que lo haría famoso, y describe en el octavo capítulo, El hambre era una buena disciplina, de París era una fiesta.
Muchos de los hechos de su vida los contó como ficción: Fiesta (The Sun Also Rises) donde cuenta la historia de la llamada generación perdida; sus experiencias de la Primera Guerra Mundial le sirvieron de base para Adiós a las armas y las de la Guerra Civil Española, para Por quién doblan las campanas; mientras sus aventuras en África le proporcionan material para Las verdes colinas de África y Las nieves del Kilimanjaro.
En 1952, Hemingway aseguró en una carta: «siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba... me mudé de Key West para acá –habla de la Finca Vigía, en San Francisco de Paula– en 1938 y alquilé esta finca y la compré cuando se publicó Por quien doblan las campanas (1940). Es un buen lugar para trabajar porque está fuera de la ciudad y enclavado en una colina».
Aquí escribió, entre otras, El viejo y el mar, que le valió el Premio Nobel de Literatura en 1954, y claro está París era una fiesta.
Lo señala Mary en su nota aclaratoria, ese libro autobiográfico Hemingway lo empezó a escribir en 1957, y la razón es muy interesante. Resultó que el año anterior, en un viaje a París, le entregaron dos baúles que habían estado almacenados desde 1928 en los sótanos del Hotel Ritz y contenían recortes de periódicos, libros, ropa vieja y sobre todo unos cuadernos de apuntes. Ese fue el origen de las memorias, publicadas, como ya dijimos póstumamente.
París era una fiesta, pues allí, nos deja dicho Hemingway en el último capítulo, París no acaba nunca, vivió «cuando éramos muy pobres y muy felices».
Los veinte capítulos del libro pueden leerse de manera independiente. Narrados en primera persona, describe reiteradamente su proceso creativo y leemos, a pesar que siempre se dice escribía de pie, como lo hacía en Finca Vigía, que en aquel París escribía sus cuentos en las mesas de algún café. Lo explica desde la primera estampa, Un buen café en la Place Saint-Michel, y lo reitera por ejemplo, en el décimo, Nace una nueva escuela.
Las crónicas de París era una fiesta nos acercan, a veces con cierta malicia, a nombres imprescindibles de la literatura, Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald.
Además Hemingway hace múltiples referencias a la afamada librería Shakespeare and Company, e incluso le dedica el capítulo cuarto («En aquellos días no había dinero para comprar libros. Yo los tomaba prestados de Shakespeare and Company, que era la biblioteca circulante y librería de Sylvia Beach…»), mientras en el capítulo tercero, Une generation perdue, explica donde nace esa denominación, acuñada por Gertrude Stein.
No solo habla de literatos, también recuerda a pintores, como en el decimoprimer capítulo, Con Pascin en el Dome: «…Se parecía mas a un personaje de revista de Broadway a fines de siglo, que a un magnífico pintor, y eso es lo que él era…».
Ernest Hemingway nos deja sus memorias de un tiempo específico en París era una fiesta, un breve libro que se lee con inmenso placer, y está celebrando 60 años de que fuera escrito en Cuba, en San Francisco de Paula, en su Finca Vigía.




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