Junto a algunos de los colegas y amigos que lo ayudaron a conformar su micromundo, entre ellos los intelectuales Rogelio Martínez Furé; Gerardo Fulleda León; Víctor Fowler, y Alberto Curbelo, celebró Eugenio Hernández Espinosa, en la mañana de ayer, uno de los más sentidos homenajes que le profesa esta Feria.
En la sala Nicolás Guillén de La Cabaña, el panel, conducido por Rogelio Riverón, director de la editorial Letras Cubanas, cuyo sello rubrica los textos Los peces en la pared y Algo rojo en el río, del autor agasajado, y La pupila negra, de Alberto Curbelo (presentados en la ocasión), resultó un punto de (re)encuentro entre un público que conoce y a la vez habrá de descubrir nuevas luces de la literatura firmada por este relevante dramaturgo.
Eugenio es un autor no solo de América, que ha convertido el habla cubana en literatura de altos valores, que ha hecho que la lengua nuestra se convierta en nueva, la del pueblo-pueblo, y que representa el arte popular, expresado en un discurso diferente, esgrimió Furé sobre el que llamó hermano del corazón. He sido testigo de sus obras clásicas, dijo, y recordó la significación de la puesta de María Antonia, «un rompimiento». «Por primera vez el pueblo cubano estaba sin caricaturas sobre la escena».
Como uno de los creadores con los que puede complacerse la dramaturgia cubana contemporánea, autor de obras transgresoras cuyos personajes no solo expresan lo que quieren, sino cómo sienten y sueñan, lo vio Fulleda León, quien recordó además que es el dramaturgo más llevado a la gran pantalla.
La intervención de Curbelo, conocedor exhaustivo de la vida y obra de Eugenio Hernández, se detuvo en muchas de sus más sensibles circunstancias. Criado por un mambí llamado Ramón Quintana, la formación patriótica que recibió está en su obra, la que se fue construyendo al pie de la Revolución y en la que tenía cosas distintas que decir. Explicó que supo reflejar las contradicciones propias de una sociedad nueva, que escribió la literatura revolucionaria, que puso sobre las tablas al negro en un rol diferente al que había sido visto hasta ahora, un negro filosófico, formado por la Revolución, que discutía de tú a tú con el resto de la sociedad. Por su parte, Fowler se refirió a los personajes de Eugenio, protagonistas muchos de ellos de la gran tragedia de la humanidad, y le compartió el tener uno de los más grandes privilegios: el de ser joven.
Lejos de sus temores de decir palabras huecas dominado por la emoción, Eugenio fue breve pero contundente. Reconoció que para él ha sido doloroso escribir, y que empezó a entender la palabra cuando entró en la Juventud Socialista y tenía que poner en las paredes por las noches «Abajo el Imperialismo». Después, cuando triunfó la Revolución, supo que había que transformar al hombre. «La vida me ha demostrado que se es o no se es. Y yo quiero ser, por eso están mis libros ahí».












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