Un caracol de espumas trae un mensaje de alguien quien, a pesar de su muerte, se resiste al olvido: Charlie Mendive. Junto a la noble madre, Matilde, Charlie me anunciaba que el 15 de diciembre, Manolito cumple sus primeros setenta y cinco abriles.
Sus pinceles siempre descubrieron todas las primaveras posibles de esta Isla. Tanto ha paseado su genio por los territorios de una geografía que, aunque urbana en un principio, fue necesitando la presencia del monte cubano. La familia, el barrio, la provincia, las religiones cubanas de antecedente africano marcaron la diferencia en su mundo -tan inusitado y tan original, tan inimitable- y lo fueron alimentando con ese candor innombrable, con esa elegancia imposible de asimilar por quienes nunca comprendieron nada.

En las afueras de La Habana, lo vemos despertar, aún antes del bello amanecer, para organizar la vida de su pequeño oasis, sus jicoteas y los numerosos pavos reales multicolor que le proporcionaron una relación poética que no pudo olvidar ni la angustia de los barcos negreros ni la consecuencia de su travesía: la esclavitud. De José María Heredia a Nicolás Guillén pasando por Dámasa Jova, Cristina Ayala, Emilio Ballagas y Marcelino Arozarena esa experiencia quedó plasmada en poemas ya clásicos de nuestra historia.
La imagen de esa travesía, la de los cimarrones que nos enseñaron a apreciar la libertad como el supremo de los dones, de las gestas en la manigua donde comenzamos a conseguir la independencia que es hoy nuestro mejor tesoro. Esa memoria es la sustancia primordial de la pintura de Manuel Mendive. Como nadie antes, el artista le dio rostro a esa existencia mientras creaba una visión justa de la nación cubana. En cuerpos y tambores, en Manto Blanco, Tapaste, San José de las Lajas, Luyanó y La Habana, hemos querido iniciar las celebraciones por los setenta y cinco años de vida de un rey querido: Manuel Mendive. ¡Felicidades!












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