La danza, como ningún otro arte, puede resultar un nítido espejo donde podemos mirarnos internamente los seres humanos. En una nueva temporada, la XII, la compañía Acosta Danza (AD) que dirige el conocido bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, ancló durante tres jornadas en el Teatro Nacional de La Habana, hechizando nuevamente la escena, con dos piezas ya muy conocidas: Twelve e Imponderable, que compartieron las tablas con el estreno del español Goyo Montero: Llamada.

Hay en las presentaciones de ad un leitmotiv que puede llegar por distintas vías, una de ellas, la luz, y su ausencia, devenida sombra. Ambas caminaron por la escena en cada pieza matizando un amplio espectro de sensaciones.
Las tablas, de pronto, se permearon de un especial colorido con el variado diseño coreográfico, en el que se hizo una vez más patente esa síntesis magistral de ideas que siempre lo acompañan, expresado, en ininterrumpidas secuencias de eficaz teatralidad, coherencia coreográfica, organicidad plástica, sentido del espacio y evocación de muchas artes… El coreógrafo residente de Acosta Danza, Goyo Montero, regaló una segunda parte de su obra Imponderable. Bajo el sugestivo título de Llamada, regresa de la mano de una pieza en la que se hace visible esa fibra mágica de su creatividad para tocar las emociones humanas.
Según el coreógrafo, en la primera se refiere a lo inabarcable, y en ella logró el «asidero» para traer a colación en Llamada –danza mediante– el concepto de género «cada vez más diversificado», a lo que se añaden múltiples maneras de reconocer y vivir la sexualidad. Con excelente música de Owen Belton, que diseña el sonido de un instrumento para cada identidad representada, añade las voces del cantante Miguel Poveda, interpretando el poema
–musicalizado– Oda a Walt Whitman (Federico García Lorca), y de Rosalía, en Si tú supieras, compañero…
Con esos «ingredientes», entrelazando poemas, canciones, ritmos…, la pieza va más allá de lo puramente danzario para internarse en los conflictos humanos que nos alcanzan con fuerza en estos tiempos.
Los movimientos, traduciendo sentimientos, llegan al éxtasis dramático con ese final en el que los bailarines de frente al auditorio desahogan el alma, encontrando el preciso instrumental para dialogar.
Del propio coreógrafo apareció Imponderable, título en el que se funden voces, luces y sombras. Enfocando cuerpos y armando atmósferas se desliza por la escena la magia del arte con sutil e imaginativa iluminación, junto con la música de Owen Belton sobre canciones de Silvio, cuya voz declama sus creaciones poéticas. Mientras que Twelve, de Jorge Crecis, estructura una delirante combinación de ideas, movimientos, juegos, espacios, en los que se mezclan elementos de diversa filiación estética, deportiva y mágica para crear un ambiente singular que atrapa al auditorio. Primero, con la energía que regalan los versátiles bailarines, después, con las luces, la música (Vincenzo Lamagna) y esas botellas que inundan el terreno escénico con sus luminosidades fugaces, recordándonos, por instantes, esos juegos cumbres del mejor acto circense de malabarismo.
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