
Hay libros que son como balsas. Se acercan en la tormenta cual atado de esperanzas y apenas sugieren su importancia para nuestra supervivencia. Proponen sin imponer, aparecen sin ser convocados, fluyen sin levantar más expectativas que las que brotan poco a poco tras sus velos. Así, van ganando espacios, llegan a instalarse como remaches de fe, a pesar de las rachas que amenazan los reductos de nuestra serenidad. Hay libros que salvan, que iluminan, que edifican, que trazan una virtuosa rapsodia de poesía y pincel; libros que estimulan instruyendo en el difícil oficio de existir y endurecerse sin perder la ternura. Hay libros que son únicos, como Otras tonadas del violín de Ingres del joven escritor Eldys Baratute.
Impulsado por hacer de la literatura un universo suspicaz en la comunicación con los lectores, el texto parecería otra excavación arqueológica en la literatura cubana, a juzgar por la revelación del rescate de originales preteridos en un archivo. El hecho de reunir narraciones desconocidas de varias de las principales figuras del arte cubano contemporáneo ya atrae suficiente atención; sobre todo, al imaginar a Fidelio Ponce, Amelia Peláez, Eduardo Abela, René Portocarrero o Wifredo Lam combinando de manera eficaz los trazos sobre un caballete con los escarceos de una máquina de escribir. Por eso su referencia al violín de Ingres, nombre que se le otorga a la capacidad de algunos intelectuales para destacarse en varias manifestaciones artísticas.
Sin embargo, ahí está el misterioso tesoro de este libro. Con una soltura inusual en el entorno literario cubano vigente, el autor se apropia de la ficción y la encauza hacia la probabilidad, la replantea en una superposición de circunstancias que lleva hasta el límite entre la fabulación y la certeza sin que el más avezado lector note el artificio. Para lograrlo se adentra en los terrenos de la ucronía, recurso que permite fabular sobre un hecho real desvirtuando algunos detalles y construyendo entonces una nueva «realidad» que queda varada entre engañosos intersticios. Nadie podría negar que estos pintores hubieran incursionado en la literatura -Carlos Enríquez, por ejemplo, así lo hizo-, pero en esta oportunidad son fruto de la imaginación inagotable del autor guantanamero, quien se inspiró en importantes obras de estos artistas de la plástica para crear universos paralelos entre la narrativa y la pintura, endosándoselos después a estos como si hubieran sido sus verdaderos autores.
Las peripecias discurren desde y hacia los cuadros dejando en suspenso el orden de sus apariciones: ¿fue la historia la que dio lugar al lienzo o fue este quien la inspiró? Poco importa. No existe un signo cronológico, un elemento propio de una época o de un lugar específico. Solo existen circunstancias en las que se pueden ver envueltos cualquiera de los seres humanos. De esta forma se asiste, entre el asombro y la quietud, al regalo de la paternidad sobre la maquinalidad, la ayuda de seres divinos que se comunican a través de la sabiduría ancestral, la tristeza de la pérdida, el consuelo del recuerdo, la satisfacción de la otredad, el hallazgo de la compañía, la historia subyacente en las cosas más frecuentadas, la magia, el camino trazado hacia los cimientos más auténticos de nuestra cultura.
Particularmente me resisto a catalogarlos de apócrifas, porque no se puede dudar de la autenticidad de historias que encumbran y enriquecen. Sería preferible abandonarse al espejismo que mantenerse a ultranza dentro de los límites de una cotidianidad siempre sospechosa y susceptible a innumerables recreaciones. Dueño de un registro narrativo de sutiles tesituras, Eldys Baratute (Guantánamo, 1983) ha definido, a veces de forma temeraria, la fórmula de una escritura profunda, legible, comprometida, de las que nacen personajes tan lúcidos como los fenómenos que los inspiran. Perfilado hacia la creación para niños y jóvenes, ha esculpido con elegante sicología las plataformas que ilustran y forman, desterrando su propuesta de la etérea imaginación para coronar el magisterio del acontecimiento. Un ejemplo de eso son sus libros Para dormir a María Cristina (2005), Marité y la hormiga loca (2007), Cucarachas al borde de un ataque de nervios (2010) y otros.
Graduado de Medicina, ha obtenido premios como La Rosa Blanca, Calendario, Orígenes, José Antonio Fernández de Castro de Periodismo Cultural, entre otros. Se ha desempeñado como promotor cultural y actualmente preside la Asociación Hermanos Saíz (ahs) en la más oriental de nuestras provincias. En cada uno de sus libros, junto al descarnado escenario ofrece salidas enriquecedoras, como si aconsejara un hermano mayor o un sabio griot contara sucesos pretéritos con una flagrante vigencia.
Hay libros que salvan, aun sin proponérselo. Por estos días dos grandes amigos tuvieron que partir, dejando un gran vacío entre aquellos que más los estimábamos, como un augurio de días difíciles por venir y que se personifican en un violento huracán. Entre la oscuridad y la indefensión, entre la tristeza y la impotencia llegaron Otras tonadas del violín de Ingres y a golpe de entrañable e ilustrada mística nos demostró a todos que no hay tormenta en la vida que impida la indetenible salida del sol.












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Gerardo Moreira dijo:
1
14 de septiembre de 2017
21:52:35
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