
Aunque necesarias, las cifras pueden resultar agotadoras. No obstante los datos hablan. Si tenemos en cuenta que de los 70 años de un hombre, 63 ha estado en contacto directo, de muchos modos, con la poesía; que por andar de cara a ese mundo ha recibido 50 reconocimientos desde diversos puntos de la geografía planetaria; que ha publicado 35 libros, mientras otros esperan para ver la luz y que más de 300 textos suyos han sido incluidos en espacios editoriales de distintos países –además de estar una parte de su obra traducida a ocho idiomas– entonces hablamos de alguien respetable.
El primer impacto con la poesía impresa le llegó a los siete años de manos de su abuelo, que le regaló entonces El arquero divino, de Amado Nervo, porque a decir verdad, una sensibilidad como la de Virgilio López Lemus, tiene que haber topado esa gracia, no siempre escrita, incluso antes, aunque la emoción poética –o el gesto– no tuvieran en su conciencia aún la sagrada etiqueta.
De esos ritos bien saben instituciones como el Ministerio de Cultura y la Uneac, entre otras donde Virgilio ha dejado la huella de su talento como poeta, ensayista, crítico, traductor, profesor e investigador literario, Doctor en Ciencias Filológicas, Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas, Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba, Investigador Titular en el Instituto de Literatura y Lingüística; profesor en varios centros docentes y actual Profesor Titular de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.
Por eso no pasó por alto la fecha de sus 70 primaveras y la sala Villena de la Uneac acogió a colegas y amigos suyos para honrar su vida. El agasajo se ajustó a las hermosas palabras que se le dedicaron, a la presentación de su libro Gravitación de la poesía, ensayos del propio Virgilio, recién publicado por Ediciones Unión, a cargo de la poeta Basilia Papastamatíu; la entrega, de manos de Juan Rodríguez Cabrera, presidente del Instituto Cubano del Libro, de la Moneda Conmemorativa Centenario de José Lezama Lima, según Resolución institucional, con el elogio del doctor Emmanuel Tornés Reyes, y el reconocimiento del Ministerio de Cultura, entregado por su ministro, Abel Prieto, a causa de los aportes del poeta a la cultura nacional.
Para estar realizado, Virgilio necesita de ese alimento llamado poesía. Le da gusto lo mismo, sentirla, escribirla, o valorar la que otros hacen, de modo que para él la obra consiste tanto en investigar «alrededor de la poesía, como fenómeno expresado en forma literaria y manifestación creadora excepcional y superior» como en «espiritualizar la realidad, revelar sus más secretas y singulares esencias, lo que corresponde, podríamos afirmar, a lo más sensible, profundo y singular de nuestra existencia» en palabras de Papastamatíu.
No es por gusto que el documental cinematográfico del cineasta Idalberto Betancourt, estrenado en el 2015 sobre su obra, llevara por título Virgilio López Lemus: Poesía, razón de vida. Ni tampoco que Tornés al referirse a un público seguidor de Virgilio le dejara claro desde las primeras palabras que tener el privilegio de hablar de este hombre al que siempre ha admirado le resulta por sobre todas las cosas un acto de hermosura.
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