Los grandes ballets de repertorio desfilan por los escenarios desde el siglo XIX, y habrían desaparecido hace mucho tiempo de no ser por el encanto de revivir en cada nueva función, y en cada bailarín que los interpreta. Giselle y El lago de los cisnes comparten la gloria mítica de ser las obras que mayores dificultades presentan a los ejecutantes y, en última instancia, las que permiten dictaminar si un artista es verdaderamente talentoso o no.
Hace varios días, la obra cumbre del Romanticismo, Giselle, cobró nuevo aliento sobre las tablas de la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Sirvan estos apuntes para recordar esas funciones.
Dos bailarines de calibre en el Ballet Nacional de Cuba regalaron un fraseo de altura en los protagónicos: Anette Delgado (Giselle) y Dani Hernández (Albrecht). Un lirismo efervescente, inteligencia en el baile, nivel interpretativo y técnica cuidada al máximo, constituyeron signos muy evidentes de ambos artistas. Ellos, como es habitual, se entregaron en cuerpo y alma y se dejaron llevar en un baile pleno de matices. Más que interpretar personajes ya clásicos, se trata de la posibilidad de crear. Es siempre un placer disfrutarlos.
En tanto, otro día del programa ocupó las tablas un binomio singular que ya ha dado muestras de intensa conexión escénica: Viengsay Valdés y Patricio Revé en los personajes principales. Consagrada y debutante, regalaron una hermosa función donde se hizo palpable la plena madurez —en todos los sentidos— de la primera bailarina, quien entregó una de sus mejores Giselle.
Contenida al máximo, exhalando el alma en cada paso, seduciéndonos con el mesurado baile: hermosos y discretos balances, gestos…, bordó su actuación de una intensa espontaneidad, y un hálito particular para hacernos vibrar al extremo en su locura/muerte, y en toda la función. A su lado, es menester destacar el potencial interno del muy joven Revé, quien ofreció, en su primera vez, algo que pocas veces sucede, un digno Albrecht, elegante, sencillo, y sumamente cuidadoso con su compañera, amén de instantes virtuosos en el baile, sobre todo hacia el final del segundo acto. Por supuesto, toca ahora estudiar, reflexionar y trabajar para entrar, profundamente, en la piel del duque de Silesia, y delinear el doble perfil del contradictorio y complejo personaje.
El desempeño del resto del elenco estuvo, en términos generales, a la altura. Las reinas de las willis vivieron momentos altos: Ginett Moncho, esa carismática bailarina de fuerza llenó la Myrtha, con su técnica y una soberbia interpretación, y se observó cómoda en un papel que domina a la perfección.
La juvenil Claudia García, en su debut, dejó en claro que es un nombre a seguir en las filas del bnc. Su actuación fue digna de elogio: con una seguridad y técnica precisa: saltos descomunales, fuertes puntas y carácter, convenció al auditorio que la premió con sonoras ovaciones. Myrtha tiene digna descendencia.
Berthe, la madre de Giselle, alcanzó dos precisas y sedimentadas bailarinas en el rol: Analucia Prado y Aymara Vasallo, para poner el drama en juego con su quehacer, mientras que en el Hilarión, Ernesto Díaz dibujó sus tonos dramáticos con profesionalismo, se siente con peso en la puesta.
Otro debut llegó en estas jornadas en la piel de Julio Blanes, en el propio personaje. No hay dudas de que tiene condiciones ya mostradas en otros papeles anteriores, aquí hizo un loable esfuerzo, es enérgico pero debe trabajarlo desde adentro, para hacerlo más orgánico. Asimismo, destacó en las funciones la coherencia, estilo, homogeneidad en el baile de las willis de Aymara Vasallo, Glenda García, Ivis Díaz y Analucía Prado, y la perfección del danzar, en conjunto, de los jóvenes amigos, en el pas de deux del primer acto.
Tampoco olvidar a Félix Rodríguez en su personal Príncipe de Courtland, y al Jefe de Campo, vestido por un joven que se destaca en la escena, por muy pequeño que sea su rol —lo hizo antes en su ágil desempeño en el Mayordomo de Cascanueces: Adniel Reyes. Y, no por azar, el auditorio ovaciona —algo inusual en otras obras— al cuerpo de baile, especialmente en el segundo acto, por la precisión, la coherencia en el baile de las willis que roza la perfección. Una verdadera joya estilística que es necesario subrayar.
La Orquesta Sinfónica del Gran Teatro Alicia Alonso, dirigida sabiamente por el maestro Giovanni Duarte, tuvo altas y bajas en el desempeño de la hermosa partitura de Adams, al menos viernes y sábado, y no solamente en los consabidos metales. Una pregunta se impone: ¿Por qué una parte de los músicos dejan sus respectivos puestos, cuando aún los artistas, y su director, están saludando en el escenario al público que los ovaciona?
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Lee dijo:
1
3 de marzo de 2017
11:04:24
rafael dijo:
2
4 de marzo de 2017
07:40:53
Tania dijo:
3
4 de marzo de 2017
08:55:41
Rafael Respondió:
6 de marzo de 2017
07:01:01
lola dijo:
4
6 de marzo de 2017
11:57:51
Guillermo Morán Loyola dijo:
5
9 de marzo de 2017
12:02:32
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