
Me acerqué con el temor de que Clara me rechazara, sin advertir que quien estaba frente a mí no era el personaje de la película brasileña Aquarius (Kleber Mendonça Filho, 2016). No era la periodista sobreviviente al cáncer, que hizo quedar en ridícula posición a una entrevistadora cuando le preguntó sobre su «manía de preservar lo viejo», porque en la modernidad, dice Clara, «cuando lo viejo no gusta, deja de ser vintage». Quien estaba delante de las cámaras en el hotel Nacional, haciendo bromas, fotografiándose con la gente, no era ella, sino la Sonia Braga que muchos recuerdan como Doña Flor. Sonriente, espontánea, dispuesta a responder cada pregunta que le hicieran en el Festival de Cine de La Habana.
Entre el ruido de los obturadores y lentes, no obstante, esperé el momento adecuado para pedirle que conversáramos sobre Clara, la singular mujer que vive y vivirá en el edificio Aquarius. Se trata de una mujer real, de carne y dimensiones humanas, pero, sobre todo, de un símbolo de resistencia, la voz de un país que se levanta sobre los muros de un edificio para preservar sus memorias. La abuela que libra una lucha permanente contra el olvido de aquello que fue porque, para ella, sigue siendo, aunque otros no lo vean así. Sin embargo, no se puede limitar su papel al de una representante de las confrontaciones entre el pasado y el presente, lo viejo y lo nuevo. Más lúcido sería verla como el espíritu de un Brasil que no quiere renunciar a su historia. No por gusto, Kleber, el director del filme, nos la presenta como periodista y escritora.
—Sonia, desde su perspectiva, ¿en qué medida se refleja, a través del personaje de Clara, la voluntad latente en muchos, de contar a un país, a una sociedad como la brasileña?
—Clara era una crítica de música. Era una periodista, pero no política, no hablaba de su país. Sin embargo, cuando uno hace crítica de música, de alguna manera habla sobre su país. Solo que de una forma más lúdica. La música habla profundamente de un país. Nadie se ha referido a eso hoy aquí: a la música de Clara, a su profesión, pero es algo muy importante en la película porque en los años 80 ya ella era una crítica, ya trabajaba y, para la época, como mujer en Brasil, eso la hace muy interesante. Además, era una mujer que recibió el reproche de su hija por las horas que no pasaron juntas a causa del trabajo, pues Clara no era la mujer tradicional que esperaba en casa a que el marido llevara todo.
«Insisto en las particularidades de Clara como personaje que, aun envuelto en un contexto específico, lleva a reflexionar sobre esencias humanas universales». Sonia responde así: «es una heroína que trata por igual a todos, pero siempre hay jerarquías, propias de la época. La empleada siempre está en la cocina. Sin embargo es muy lindo cuando Clara, su sobrino y la novia van al aniversario de la muerte del hijo de la empleada y hay una complicidad entre ellos. Kleber me dio una plataforma para hablar, como una mujer, como una ciudadana brasileña, sobre Brasil y su situación (estamos viviendo una vida muy peligrosa, de separación de familias e incomunicación a causa de posiciones muy radicales. Actualmente, ha habido retrocesos en todas las conquistas: el papel de la mujer, la apertura a la prensa y a la información). Por eso digo que Kleber es un arquitecto que siempre prepara camadas de tesoros, a través de la música, las palabras, los silencios»...
—En ese sentido, podría decirse que esta es una de las películas en que se cuenta más a través de los silencios, o de lo que no se cuenta aparentemente. ¿Qué hay más allá de lo que se ve?
—Digo que el director es un arquitecto porque trabaja con los silencios como un maestro, como un compositor, porque así se hace la música. Así es. Cuando uno escucha la música, el silencio y las inflexiones son las que hacen que el sonido tenga valor. Kleber usa el silencio para momentos de suspenso, para ver qué pasa. La mayoría de las veces, nada. Aparentemente.
Sonia Braga se queda en silencio y construye otro suspense frente a mí. Tengo la sensación de que la entrevista no fue entre ella y yo, sino que aquella periodista de los «años malos de Brasil», también intervino. Clara estaba presente mientras Sonia me hablaba sobre sus convicciones, mientras confesaba que no se considera una actriz sino una persona intuitiva que hace cine y artes visuales. Antes de irme, la veo tomar una cámara en sus manos y decirle a su fotografiado que alce la cabeza, que cambie el ángulo de la mirada. Luego de las instrucciones, enfoca su objetivo y dispara. Sonia no entiende de guiones preestablecidos, sino que fluye como parte de la brisa del hotel Nacional. Aquí está, cerca de los pavos reales y las olas habaneras, por primera vez. Este viaje, varias veces soñado por ella —y sugerido por su amigo Gabriel García Márquez— hoy, para placer de Cuba, se ha convertido en realidad. Sonia no vino sola. Trajo a Clara, en algo más que una cinta cinematográfica, al concurso cuyos premios son corales; la trajo en los ojos, en la mirada, en el pecho y ya no puedo verla con objetividad de periodista.
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Luisma dijo:
1
15 de diciembre de 2016
23:05:34
raul dijo:
2
16 de diciembre de 2016
16:53:26
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