Más allá de la voluntad de la más reciente edición del Festival de Música Contemporánea 2016, de la Uneac, de rendir tributo a la memoria del gran compositor Alejandro García Caturla (1906-1940) —una de las principales columnas del nacionalismo musical del siglo XX junto al mexicano Silvestre Revueltas, el brasileño Heitor Villalobos y además de su compatriota y amigo, Amadeo Roldán— cuya obra despliega no solo una originalidad excepcional, por vocación legítima, sino un virtuosismo que acompañó en buena lid su entrañable decisión de amar la música, a Cuba, a su pequeño terruño, Remedios, y al ejercicio de la justicia en todos sus ámbitos. Al punto que, este último principio, le costó la vida en plena juventud.
El nombre de Caturla no solo es el de un conservatorio tan importante para la enseñanza artística de la Isla sino que es la historia de una vida que debió haber inspirado, hace tiempo, reflexiones y una difusión que nos enseñaran a comprender ciertos misterios de sus más hermosas creaciones.
Así ha ocurrido, en medio de este festival en donde hemos podido escuchar, por ejemplo, piezas como la que compusiera Egberto Gismonti, inspirado en un clásico de la narrativa brasileña del siglo pasado, Gran Sertón: Veredas (1956), de Guimarães Rosas, ejecutado por la Camerata Romeu en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, en el Centro histórico de La Habana.
Una confluencia de las artes marcó buena parte del espectro y, sobre todo, del repertorio abordado por los músicos más jóvenes de la Isla, o consagrados como el maestro Guido López-Gavilán quien acometiera, bajo su propia dirección orquestal, el estreno mundial de la ópera de cámara Caturla, la muerte y la vida, además con texto propio; lo cual corrobora este juego de luces y sombras entre la creación musical y la literaria pues López-Gavilán asume el sentido trágico de esta biografía a través de un tratamiento experimental que logra sonoros, inesperados timbres, repartidos, con mano de orfebre, entre cuerdas, vientos y percusión.
Su texto, de una gran soltura y belleza, revela una incuestionable fidelidad al espíritu de la letra de muchas de las más sobresalientes composiciones de Caturla. El espectador y el oyente son invitados por su talento, aquí reverenciado, a reconocer y a disfrutar otra vez, inolvidables pasajes del Canto de los cafetales, o de la célebre Berceuse campesina en una interpretación magistral de la orquesta de cámara Música eterna.
Así, aparecen los tres personajes que representan la tragedia del crimen: La Vida y la Muerte, el Delincuente y Caturla y que fueron interpretados con sensible eficacia por Anyelín Díaz (soprano), Luis Javier Oropesa (tenor) y Alfredo Mas (barítono), respectivamente.
Los asistentes al concierto, en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas, un día de noviembre, pudimos disfrutar de un acontecimiento cuyo signo vital fue la más rigurosa de las entregas acometida por intérpretes de diversas generaciones que trasladaron, con su oficio, la esencia, en su raíz imperecedera, de un remediano universal como lo fuera el infortunado Alejandro García Caturla.












COMENTAR
Hater dijo:
1
22 de noviembre de 2016
00:40:27
JOSE dijo:
2
22 de noviembre de 2016
07:46:37
Mariana dijo:
3
22 de noviembre de 2016
16:01:11
Responder comentario