
En un festival dedicado a Mozart, como el que acaba de transcurrir en La Habana y Matanzas, Haydn ganó espacio por derecho propio, enlazados ambos creadores en el concierto de gala que clausuró el evento a cargo del director belga Ronald Zollman y la orquesta de la Universidad de las Artes adjunta al Lyceum Mozartiano de la capital cubana.
Joseph Haydn (1732-1809) dominó la vida musical vienesa durante buena parte del siglo XVIII, mismo en el que nació y murió Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Compartieron líneas estéticas y el espíritu de una época en que se impuso el clasicismo. Al instalarse en Viena hacia 1781, rotas sus ataduras con el arzobispo de Salzburgo, el joven Mozart conoció a Haydn y en prueba de amistad le dedicó seis cuartetos.
La obra de Haydn seleccionada por Zollman, Sinfonía no. 95 en Do menor, fue compuesta pocos meses antes de la muerte de Mozart. Haydn se hallaba a la sazón en Londres donde escribió un ciclo de12 sinfonías que resumen su madurez en el empleo de esa forma instrumental.
Por ciertas similitudes en el tratamiento fugado del último movimiento de la no. 95 con la no. 41, de Mozart, conocida por el sobrenombre de Júpiter, algunos historiadores han especulado acerca de la posibilidad de que Haydn hubiera accedido a esa partitura antes de marchar hacia Inglaterra. Pero para hacer justicia, las sinfonías londinenses de Haydn son las menos mozartianas de su catálogo.
Asistido por su larga experiencia y sabiduría musical, Zollman, al tiempo que propició los vasos comunicantes entre los dos notables austriacos, marcó la diferencia en la interpretación de esta obra y la que cerró la jornada, la no. 39, de Mozart. A cada cual, un tratamiento particular, de acuerdo con la naturaleza intrínseca del material. En el caso de Haydn, a partir de la exactitud del tempo y una fluidez semejante al de un mecanismo de relojería, no exento de gracia, como en el muy disfrutable solo de cello en el tercer movimiento.
Mozart, como era de esperar, fue una fiesta en la que el auditorio pudo apreciar la genialidad de un creador luminoso y dueño de los más variados recursos expresivos capaces de generar emociones perdurables. Si hoy sus últimas sinfonías —las número 39, 40 y 41— se cuentan entre las más frecuentadas por los organismos instrumentales en todo el mundo, es por su sobrecogedora actualidad.
La novedad de la propuesta de Zollman estuvo en la tercera obra incluida en el programa: Moz Art a la Haydn, del ruso de origen alemán Alfred Schnittke (1934-1998). De Mozart, el rescate y reinvención de una página suelta, la música para una mascarada presentada en el carnaval vienés de 1783; de Haydn, el carácter performático de la sinfonía Los adioses, en la que al final se marchan los músicos de la escena. El resto es pura e inteligente ironía por parte de Schnittke, quien por los días de esa ocurrencia estaba enfrascado en la banda sonora del filme Ascención, de la ucraniana Larisa Shepitko, una de las más estremecedoras muestras del cine soviético sobre la Gran Guerra Patria.
En Zollman debemos reconocer no solo a un director de sobrados méritos sino también a un pedagogo excepcional. Su trabajo desde hace ocho años con el Lyceum Mozartiano de La Habana se revela en cada una de sus presentaciones.












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