Con tres obras, Danza Contemporánea de Cuba (DCC) conquistó al público. Los coreógrafos, son, nadie lo duda, diseñadores de sentimientos, y sus trabajos deben ser tan certeros como para obligar a que los actos, acciones, personajes, con sus gestos y movimientos, se introduzcan en nuestros ojos. Ellos, cual artífices del fuego, deben invadir nuestros interiores por medio de complicadas luminosidades, inciertas sugestiones y frases hechas con el cuerpo.
Tres de estos dibujantes de la gestualidad unieron sus fuerzas en una temporada de Danza Contemporánea de Cuba, en la sala García Lorca del Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso, que celebró el aniversario 57 de su creación (25 de septiembre, 1959), para seducir a sus anchas al auditorio con las piezas: Reversible, Tangos cubanos y Mambo 3XXI.
La compañía volvió a demostrar con creces que está viva, a pesar de las muchas bajas que tuvo en su nómina, que no han hecho mella, pues hoy exhiben una calidad estable, y esa clave esencial que los caracteriza: un eclecticismo —porque experimenta con muchos estilos—, y donde las técnicas modernas han sido hábilmente mezcladas con las tradiciones criollas, sin que puedan notarse fisuras.
De ahí que pueda decirse que ha brotado el germen de una escuela contemporánea, en la que desempeñan papeles básicos la cultura balletística, disímiles técnicas asimiladas al calor antillano, y el folclor. Y aquí es menester significar que los coreógrafos de DCC se acercan a las raíces, pero a partir de una danza plena de exigencias y, sobre todo, marcando un virtuosismo repleto de sentido.
Se suma el magnetismo propio de la tropa que dirige el maestro Miguel Iglesias desde hace tres décadas, cuya clave no es más que la soberbia técnica y su energía, lograda mediante la sabia combinación de gracia y fuerza heredada desde sus inicios, amén de la preparación física de sus integrantes, signo característico también del quehacer escénico.
Los coreógrafos Annabelle López Ochoa, Billy Cowie y George Céspedes, en ese orden, respectivamente, pusieron en juego un derroche de creatividad al integrar armónica y funcionalmente, las demás artes al lenguaje de la danza contemporánea, y barajar ideas en movimiento que, encandilaron la imaginación, exhibiendo los variados caminos que desanda DCC. Las ovaciones reinaron durante toda la función, apoyando un espectáculo muy actual, novedoso e inteligente en su concepción.
Reversible, de la coreógrafa belga-colombiana Annabelle López Ochoa , es un fértil campo en el que emerge el juego de la vida, donde se expresan, gestos mediante, muchas cosas que preocupan al ser humano, y donde podemos respirar esa fuerza salvaje del espacio. Un baile por momentos enérgico, es guiado por un collage sonoro para cada fragmento que encuentra en el montaje la fuerza correspondiente. Mientras que las luces y el vestuario contribuyen apelando a soluciones tradicionales que contrastan con las intenciones de novedad interpretativa. Y lo principal es que denota un saber plantear ideas por medio del cuerpo, con la formulación de las dinámicas y los fraseos pertinentes para sacudir al espectador, compulsionándolo a sentir con el pensamiento también.
La segunda obra, Tangos cubanos (coreografía, música y textos) del escocés Billy Cowie, resulta en todos los sentidos, una joya coreográfica donde se mezcla una poesía visual y auditiva, que no se queda a la zaga en cuanto a comunicar imágenes e ideas.
Nos llega con fuerza e impresiona por el dramatismo de ese amor desaparecido que nos narra una voz en off, con melancólica intensidad, matizada por las notas del violín, y las luces que son protagonistas.
El coreógrafo explota el sentido dramático de los movimientos que siembra en los bailarines, quienes, en su conjunto, se mueven en un alto nivel interpretativo, fogueado lirismo que llega a los cuerpos, todo sensibilidad, al traducir el desgarramiento del amor que es ya pasado…, sin olvidar el diseño visual (Silke Mansholt) que se proyecta en el fondo, y los vestuarios de Holly Murray que se cruzan por la misma cuerda.
Cerró la noche una pieza de George Céspedes: Mambo 3XXI, que cambió el tono del espectáculo. Una fuerza arrolladora en diálogo con la música: Benny Moré/Nacional Electrónica (Alexis de la O Joya y Edwin Casanova), sobre la versión de Pérez Prado. El sui generis creador pone otro acento, y sin hacer dejación de las concepciones en que se basa la danza contemporánea, va al encuentro de metas más ambiciosas, de perspectivas en que se funde el movimiento con la cantidad de bailarines en la escena (21 en coincidencia con nuestro siglo), y, regresa en la búsqueda de una línea numérica de grupos sobre la escena que maneja con sabia expresión, un lenguaje original, y de precisión gestual —signo característico de su trabajo—, para atrapar al espectador y conmoverlo con su carga de energía.
El término danza adquiere una connotación de entusiasmo, y pone de manifiesto una puesta donde se dan la mano un excelente coreógrafo con el artista.
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Caridad Miranda dijo:
1
22 de octubre de 2016
08:44:31
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