ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Obra de Julio Breff. Foto: Cortesía del artista

Por magia del arte, el destacado pintor cubano Julio Breff llevó la isla caribeña, de viaje, en su carpeta de obras pictóricas al Viejo Continente. Específicamente Holanda fue la es­cala adonde llegó en el verano para acentuar, un poco más, la luz, el colorido, el humor y, hasta el calor que se desprende de esos trabajos, donde lo real maravilloso del paisaje y, sobre todo la gente de este lado del mundo, toma posiciones y conjuga un universo con tonos de surrealismo y alegría criolla que emociona las pupilas.

El artista popular (Levisa, Hol­guín, 1956) ha sido siempre original y sincero a la hora de pintar. En presencia de sus creaciones, el espectador queda atrapado en un universo mágico, donde se transparenta todo aquello que le pertenece: el campo y la naturaleza para hacerlo más su­yo. Porque sus recuerdos se pierden arando la tierra, sembrando en los campos. Después se convertiría en obrero, y más tarde en pintor. Ni maestros ni escuelas de arte aparecen en la historia personal de Breff. A golpe de ensueños y esfuerzos se abrió espacios en este terreno donde ha logrado construir otra realidad que le ha dado no pocas alegrías.

Las ensoñaciones del también poeta y cineasta autodidacta, se reunieron este 2016 en dos exposiciones: La Biblia campesina (de la serie homónima), inaugurada en el Cast­i­llo de Wittenburg (Wassnaar), cer­ca de La Haya, y Por los campos cu­ba­nos, que está abierta en el Museo Nairac, de la municipalidad de Bar­neveld, en el centro de Holanda, hasta el 22 de octubre.

Ambas muestras fueron organizadas por la Fundación Cuban Cultural Ventures, en coordinación con la embajada cubana y las instituciones anfitrionas, y han sido muy bien acogidas por el público y la prensa local que ha destacado la presencia del creador, quien, incluso ha de­jado sus huellas en un taller para ni­ños titulado Pintar como Julio Breff.

«Una experiencia inolvidable, pues tuve la oportunidad de mostrar las bellezas y bondades de nuestra pequeña Isla, en Europa, y hablar, pintura me­diante, del paisaje, las gentes y nuestra idiosincrasia, todo ello permeado de nuestro puro y sincero hu­mor. Fue muy bien recibida la obra y causó mu­cha admiración. Soy muy feliz», comentó Breff a Granma.

Entre las imágenes raptadas de los campos cubanos se mueven mu­chos anhelos del artista. Detrás de sus lienzos, además de la riqueza compositiva, el humor y la personal figuración, se esconden muchos re­cuerdos. Los días de su infancia, campo adentro, entre las montañas, ocupan una página importante en su diario pictórico.

Muchos cuentos que lleva es­con­didos en una libretica que a na­die deja ver, están iluminados en sus cuadros. Hay una enorme in­terac­ción entre pinturas y escritos. Según este hombre sencillo, que pasa parte de su tiempo en imaginar e inventar fantasías, «pinto personajes que tienen vida: hablan su lenguaje. Es como la imagen paralizada. En estas piezas no hay nada injustificado. Cuando termino un trabajo es como una descarga, porque a veces los acumulo en la mente y me siento mal. ¡Qué distinto cuando salen!».

Él siempre ha sido un creador sincero, vinculado a un espacio vi­tal, al contexto donde se desenvuelve, a la manera llana y transparente de sentir, a una mezcla de humor y drama cotidiano salpicado constantemente de lo que es propio de la naturaleza popular del cubano. Sus piezas son trabajadas a la manera de una poesía de tierra adentro, transparentes, como una inacabable crónica de la vida en la que también opera con filosofía, lirismo y sentido crítico.

Técnica empleada? Aprendió a utilizar el óleo muy fino, para que se pareciera a la acuarela, y para ahorrarlo. Así, mientras otros no tenían materiales, él seguía pintando. De ahí, el ritmo rápido. En estos cuentos pictóricos, hay mucho humor, es como un juego, un disfrute, y una fusión de géneros que transgrede los límites de lo ordinario, para convertirse en algo sui géneris.

Entonces, Julio Breff —quien en una ocasión fuera bautizado por el periodista, escritor y amigo, Jaime Saruski, como «inventor de paraísos», porque pasa todo su tiempo imaginando, construyendo fantasías entre telas, formas y colores—, re­veló un secreto: «Hay cosas que de­penden de mi estado de ánimo. Cuando estoy alegre y sociable, cuando todo sale como pido, estoy más apto para realizar los cuadros del universo campesino, esos son muy hu­morísticos».

Y dentro de los cuadros aparece siempre el artista. Al igual que Hitch­cock, se identifica siempre con un personaje de las obras. Puede ser un niño, un campesino, un aviador, un actor, un realizador... Así puede vi­vir muchas vidas y se convierte en lo que un día soñó. Por eso, ¿pintar para el creador? Ni juego ni entretenimiento, «necesidad cotidiana, es algo que me desahoga».

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