
No es que aquellos seres poseídos por la poesía, al punto de escribirla, no puedan ser también hondísimos pensadores, capaces de esgrimir complejas circunstancias filosóficas, y hacerlo como Dios manda. Para ilustrarlo sobran ejemplos.
Pero debo aceptar que asistir a la más reciente edición del Autor y su obra, espacio del Instituto Cubano del Libro, ICL, para honrar a sus más destacados escritores, me reveló la certeza de cuánto, a veces, por cómodas tendencias del pensamiento, nos cuesta creer que en un mismo ser puedan darse con igual brillo tales desdoblamientos.
Dedicado al poeta, ensayista, investigador y editor Juan Nicolás Padrón, cuya presencia es más notoria en los predios literarios del país para hablar de los otros que para ser homenajeado, la ocasión sirvió a los presentes, en bandeja de plata, toda una apretada síntesis de la labor de este hombre, que antes de ser especialista en colaboración económica, en el Centro de Investigaciones de Construcción de Maquinarias, Cicma, fungir como editor de poesía en la Editorial Letras Cubanas, y ser directivo en Arte y Literatura, en el ICL y en el Fondo Editorial Casa de las Américas, dejó la huella de su conocimiento en centros escolares de enseñanza media, lo que muestra su nobleza al poner en manos de la escuela cubana su exquisito conocimiento.
«Conocí al profesor antes que al poeta: su amplitud de miras al leer la cultura y la poesía cubanas», expresó la poeta Yanelys Encinosa, una de las participantes en el panel, moderado por Fernando Rodríguez Sosa, que elogió a Padrón en la biblioteca Rubén Martínez Villena, del Centro Histórico de la Ciudad.
Alumna de Padrón «todos los viernes de la vida», por tres años seguidos, en cursos de diplomados de Historia social de la cultura cubana e Historia comentada de la poesía cubana, «sus clases amenas, llenas de anécdotas jocosas y atrevidas de los más sublimes personajes de nuestra historia, sin rayarles la pintura, nos abría un diapasón de imágenes de nuestro patrimonio cultural, analizados en tiempo y espacio para poder ser entendidos en el siglo XXI, desde la perspectiva de sus contextos».
Para Encinosa fue oportuno repasar algunos de los menos conocidos libros de Padrón —Tergiversaciones y La llegada de los dioses (Letras Cubanas), Desnudo en el camino y Crónica de la represión (Ediciones Unión), entre otros, dejándonos la tentación de revisitarlos y corroborar esa «vasta amplitud de búsqueda y versatilidad» que le permite moverse con auténticos bríos en el conversacionalismo, en una lírica de vuelos metafóricos, de la indagación social a la ontológica y de lo lúdico a lo trascendental.
Las palabras del investigador Jorge Fornet, codirector de la revista Casa, que arrancaron jocosamente explicando lo muy difícil —y a la vez bueno— que resulta ser jefe, como alguna vez lo fue, de alguien como Padrón, se dirigieron a encomiar la amplísima labor del agasajado como prologuista de libros de, y sobre, escritores latinoamericanos, desde los más conocidos hasta los más polémicos, que deberían recogerse en volúmenes para no correr el riesgo de que tantas honduras se pierdan en la dispersión.
Pablo Vargas, promotor cultural del ICL, y amigo de Padrón, reservó sus palabras para recordar entrañables momentos compartidos en esa institución, ocasión que permitió en la velada reeditar alegrías con no pocas personalidades presentes en el público, mientras que el historiador Ernesto Limia nos puso al tanto de otras aristas creativas de un hombre «poco común, que transitó de la Ingeniería eléctrica a la Filología, y le cantó a la vida hasta cuando encaró la muerte: allá lejos, en África, en la guerra» y que «nunca perdió la brújula ni la capacidad de soñar».
Tanto anduvo por los cuatro puntos cardinales, que se volvió universal, dijo Limia, y refirió su espasmo al escuchar de aquella boca «cosas sorprendentemente sabias, que llevábamos ni se sabe cuánto tiempo necesitados de escuchar».
Esenciales resultan estos apuntes de Limia para entender la postura intelectual de Padrón, explícita en la velada, así como el «salto» al feliz cumplimiento de un deber no solo para consigo mismo, cuando en un ser está la capacidad de explicar mejor lo que a otros mucho le cuesta:
«El poeta sensible y culto creció tanto del lado de los humildes de la Tierra, y de las necesidades espirituales y también teóricas de su propio pueblo, que se reveló pensador; luego, sin pretenderlo —y quizá por ello—, se convirtió en ensayista penetrante y audaz».
Limia destacó los tres ejes que vertebran el ensayo social y político de Padrón: el pensamiento marxista visto desde una mirada integradora de la actividad humana; la política cultural de la Revolución y sus actuales dilemas frente a la multimillonaria industria del entretenimiento, y un Martí vivo e imprescindible.
Bien detallada resultó su intervención en aras de resaltar acaso la menos conocida de las facetas de este hombre enfrascado en explicarnos, sin abandonar su natural esencia poética, cuáles son los intelectuales que necesitamos, qué ciudadanos estamos formando, a qué sociedad aspiramos o qué desafíos afrontamos en el nuevo contexto internacional.
Estos referentes aparecen en El pecado original y la poesía intimista, sabiamente manifiestos desde el pulso de una pluma que deberíamos seguir más a menudo.
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