
Cada recital de Johana Simón nos coloca mucho más allá de la belleza de su voz. No es que deje de lidiar con los rigores y exigencias del canto ni se desinterese por legar al auditorio la impresión de una artista que aspira a la excelencia técnica. Para ella estas cualidades son un punto de partida para comunicar algo mucho más importante: el compromiso con la dimensión cultural de lo que canta.
Así sucedió al encarar, en la Basílica Menor de San Francisco, un programa íntegramente dedicado a la obra del compositor y pianista cubano José Manuel Jiménez, Lico (1851-1917). Al introducir la presentación de la joven soprano,
Juan Piñera situó al músico trinitario como el primer autor insular en incorporar consciente y creativamente el lied, modelo de canción lírica desarrollada en Alemania hacia la medianía del siglo XIX y que tuvo en Schuibert, Schumann y Wolf a sus más reconocidos cultores.
A fin de cuentas, Lico completó su educación en el ámbito germánico. Iniciado en la música por su tía y coetánea, Catalina Berroa (1849–1911), mujer que dominaba varios instrumentos y dirigió la orquesta de la Parroquial Mayor de Trinidad, hijo del mulato José Julián Jiménez (1823–1880), violinista y también compositor, a los 15 años acompañó al violonchelista alemán Karl Werner, de gira por las principales ciudades cubanas, con tal acierto que los sacarócratas del Valle de los Ingenios decidieron enviarlo a Europa.
En ese viaje, compartido con su padre y su hermano Nicasio, ejecutante del chelo (los tres integraron Das Negertrio o Trío Negro), Lico se diplomó en el conservatorio de Leipzig, trabajó en Hamburgo, y en 1876 ganó el primer premio en el Conservatorio de París, bajo la tutela de Antoine François Marmontel.
Al regresar a Cuba en 1879 protagonizó conciertos exitosos en el teatro Tacón (hoy Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso) y en la inauguración del Terry, de Cienfuegos. Pero los barones criollos del azúcar y el funcionariado colonial español lo despreciaron por el color de su piel.
De modo que en 1890 regresó a Europa y se estableció en Hamburgo, donde ocupó el cargo de director adjunto del conservatorio local. En esa ciudad falleció a los 66 años de edad. Contó Piñera que su colega, el notable compositor Carlos Fariñas y su esposa, la pedagoga Ela Egozcue trataron en una ocasión de rastrear en Hamburgo las huellas del trinitario, pero en los archivos de la urbe apenas quedaron rastros de su obra. Por suerte, el Museo Nacional de la Música de Cuba conserva algunas partituras de notable valor.
Lico bebió en las fuentes de la escuela romántica centroeuropea. En el recital de la Simón, el pianista acompañante Fran Paredes ejecutó dos obras para ese instrumento, Homenaje a Milanés, prueba de su admiración por el poeta matancero, y Valse caprice, en la cual se hace notar su cercanía a Liszt.
Las canciones de concierto de Jiménez, sobre todo el ciclo de cinco piezas a partir de poemas de los españoles Gaspar Núñez de Arce y Manuel de Palacios, el venezolano Antonio Ros de Olano y el italiano Lorenzo Stecchetti, evidencian un dominio formal y una intención expresiva que Johana resaltó con acierto.
Momento de particular intensidad en el recital resultó la interpretación de El Asra, versión que el poeta santiaguero Francisco Sellén hizo de un poema de Heinrich Heine. Sellén, por su patriotismo y fineza intelectual, fue elogiado por José Martí.
Pero quizá la obra de mayor proximidad a su linaje cubano sea El cocoyé, donde el compositor recrea uno de los cantos portados por la servidumbre haitiana trasladada al oriente de la isla por los colonos franceses que huyeron de la revolución de los esclavos en Saint Domingue. La sensualidad de la línea melódica, asentada en un patrón rítmico de origen africano, alcanzó en la voz de la Simón el máximo esplendor.












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luis alberto alonso dijo:
1
21 de noviembre de 2016
14:59:24
Ofelia María Sotolongo Figueroa dijo:
2
22 de febrero de 2019
22:51:00
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