ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

A Fernando Ortiz le sedujo el objeto artesanal y su uso: catauro, cesto de yaguas para conservar frutos de la tierra. Tanto que le pareció ideal para titular en 1923 un libro sobre cómo en su patria se nombraban asuntos y cosas: Un catauro de cubanismos, apuntes lexicográficos. El alcance metafórico de la palabra ha cobrado en el tiempo otro vuelo: la publicación periódica de la Fun­dación que honra al sabio se llama Catauro y al pie aparece una definición: revista cubana de An­tropología, entendida esta ciencia como herramienta para la indagación de la existencia humana (y cubana) desde una perspectiva integral.

En su décimo quinto año de existencia, el nú­mero doble 29-30, de reciente circulación, se mue­ve en dos ejes temáticos de interés público: una es la cultura ambiental en Cuba; otra, las ex­presiones de rebusque, economía informal y emergencia en el contexto insular.

El director de la Fundación y la publicación, el escritor y antropólogo Miguel Barnet, para introducir el primer tema, recuerda un aforismo del poeta indio Rabindranath Tagore: “Procede bien con tu universo, amigo, que él se puede enemistar contigo”.

La revista incluye las ponencias y la transcripción de los debates de un seminario auspiciado por la institución orticiana con los aportes de la Agencia de Medio Ambiente del Citma, la Fun­dación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, el Instituto Cubano de Antropología y el de Geografía Tropical, y la Sociedad de Geo­logía.

Cada uno de los participantes respondió a las interrogantes acerca de la existencia o no de una cultura ambiental en la sociedad cubana y hasta dónde se ha avanzado y qué habrá que hacer en lo adelante, abocados al drama del cambio climático y la contaminación a escala planetaria.

Necesario punto de partida resulta el ensayo de Reinaldo Funes al situar históricamente la evolución del problema en la Isla, desde los tiempos de la economía de plantación, el infamante régimen esc­la­vista y el desmontaje de vastas áreas boscosas has­ta la herencia recibida del saqueo de recursos naturales y la deformación estructural de la economía cubana en las primeras seis décadas del siglo pasado y destaque de hombres y mujeres de ciencia que trataron de revertir esta situación.

En términos de actualidad, el experto Orlando Rey Santos resalta la importancia del tema con la sostenibilidad del modelo socioeconómico cubano pero también con la necesidad de un mayor conocimiento científico y su adecuada y eficiente promoción social. La cultura ambiental crecerá en la medida en que transformemos “el modo en que vivimos, producimos y consumimos, con todos los cambios económicos y sociales que ello implica”.

Con cristales de aumento, Catauro dedica una mirada, en su sección Imaginarios, a expresiones y conductas visibles en nuestra cotidianeidad pe­ro insuficientemente, sometidas al rigor investigativo.

En La Habana, específicamente en una zona de San Miguel del Padrón, existe el mercado informal de La Cuevita. No solo es una realidad del llamado mercado subterráneo —que no lo es tan­to— sino también una subcultura, de la que se de­rivan comportamientos éticos, marcas espirituales y destinos de vida. Pienso que el acercamiento del investigador Daniel Álvarez es tentativo y merece una prospectiva sociológica de mayor calado pa­ra su comprensión.

Afortunadamente se complementa con un ensayo del antropólogo Pablo Rodríguez que sistematiza conocimientos históricos, conceptuales y metodológicos sobre la cultura del rebusque; y su reciclaje, reacomodo y remergencia.

Sus mayores aportes, en mi opinión, residen en los argumentos que refutan la explicación de su existencia durante las dos últimas décadas solo a partir  de desbalances entre la oferta y la demanda y la circunscriben a la esfera de la circulación, cuando, según el investigador, hay que indagar y confrontar aspectos relacionados con estructuras sociales, políticas públicas, escala de valores y patrones culturales, y lograr una aproximación al fenómeno lo más objetiva posible que imbrique, además,  aspectos jurídicos y códigos éticos.

La sección incluye un breve e ilustrado material de Michael Cobiella, Del timbiriche al paladar, que se detiene en los nombres de los pequeños negocios habaneros surgidos al calor de la potenciación en el comercio y la gastronomía del sector no estatal. Es un campo revelador de afinidades electivas que se entrecruzan, obviamente, con reclamos publicitarios, unos convencionales, otros ingeniosos, exóticos y hasta insólitos, pero en el que no dejan de evidenciarse tensiones culturales de carácter identitario. Porque no es lo mismo Bon Appetit que Buen Apetito ni Mó­naco’s Mr, Churros que los Churros del Mónaco. ¿Cubanía al ciento por ciento? Come y Calla. Los diseños son harina de otro costal y materia para alguna investigación que valdría la pena reflejar en este enjundioso Catauro.

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