
Toda una pared de la Galería Galiano se halla ocupada por un mapa de Cuba, desplegado en una instalación conformada por pequeñas llaves de las más diversas especies que se concentran y desparraman dentro y fuera del contorno insular.
Frente a ellas, en un cuadro de impecable realización, otras llaves saltan a la vista. Reales unas, ficticias otras, al apelar a la herramienta de abrir cerraduras, el artista comparte una obsesión: la necesidad de descifrar, quizá mediante un símbolo obvio pero legítimo y de inmediato afán comunicativo, un sentido de pertenencia.
Protagonista de una carrera ascendente, Onay Rosquet (La Habana, 1987) afronta su tercera exposición personal¸ Como quien no quiere las cosas, coordinada por Pilar Vázquez y curada por Sandra García Herrera y Elisa López.
Antes había mostrado sus credenciales individuales en Casting ( ICRT, 2013) y Oros viejos (galería Servando Cabrera, 2014) y llamado la atención en las colectivas Post It II y III (Collage Habana), Zona Franca, en la última Bienal de La Habana, y hace muy poco en Cuadros de una exposición, en Fábrica de Arte Cubano.
Si en la instalación que ahora exhibe se pueden rastrear las trazas de una línea conceptual que tiene antecedentes en la obra de Antonio Eligio Fernández (Tonel) y Guillermo Ramírez Malberti, Onay sigue un impulso diferente, tanto en la referida instalación como en su pintura.
El punto de contacto entre las llaves y sus cuadros está en la pasión por el detallismo objetual. El poeta y crítico Nelson Herrera Ysla señala en las palabras que aparecen en el catálogo de esta exposición que “lo que ocupó un espacio trascendente o de total nimiedad en nosotros, él lo conduce hasta el presente con el vigor de la pintura hiperrealista a tal punto que confunde al ojo entrenado y nos seduce con la duda de toda legítima expresión estética”. Y más adelante puntualiza: “La pintura, quiere decirnos Onay, es un paso más allá de lo fotográfico en su lucha por reflejar lo real de objetos queridos”.
Vaya si lo es: cada cuadro opera como una huella de su memoria o de la que el espectador posee. Al artista le interesa más la significación que la representación; de ahí la intención selectiva en la composición de los objetos pintados.
El estilo, en efecto, remite al hiperrealismo, pero nada que ver con los autos relucientes del norteamericano Don Eddy, ni con los gélidos y metálicos paisajes urbanos de su compatriota Richard Estes, ni con la fascinación del holandés Tjialf Sparnaay con la comida chatarra. Onay dirige su mirada a la intimidad, a la memoria afectiva, aun cuando en algún momento, como en La nota discordante, una superficie colmada de papeles de cartas de una correspondencia conservada, tome aparente distancia del contenido nostálgico al insertar, ¡pintado también y tal manera que se puede tocar!, un rectángulo autoadhesivo de brillante color naranja de los llamados pósit.
El gran poeta cubano Eliseo Diego escribió que un poema… “no es más que unas palabras que uno ha querido, y cambian de sitio con el tiempo”. Así es la relación de Onay Rosquet con los objetos, una evocación vívida y tangible.
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Linda dijo:
1
27 de julio de 2016
08:36:26
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