El cuerpo de los bailarines es su instrumento fundamental. Cada uno lo “toca” con todo eso que lleva dentro (personalidad, sensibilidad, motivaciones, talento…), porque somos entes individuales, con maneras diferentes de expresar, sentir, pensar, y por supuesto, bailar… Todo ello sale a flor de piel cuando —en el caso del ballet—, la música viste el instante de la danza y dialogan una con otra. Lograr la uniformidad en los seres humanos es una falacia, algo más que imposible, también en cuestiones de danza. Porque en esos momentos de pura poesía corporal, los artistas no se pertenecen, viajan por una suerte de reino desconocido que es como hablar con los dioses. Sucede así desde los tiempos más remotos. No ha cambiado su esencia.
La recién concluida temporada del BNC en el clásico Don Quijote, nos acercó, en perfecta simbiosis danzaría/corporal/artística a las tres más experimentadas estrellas femeninas de la compañía: Sadaise Arencibia, Anette Delgado y Viengsay Valdés. Ese trío de ases, que desanda desde hace lustros las tablas, cubanas e internacionales, dejando una estela de energía, tradiciones y excepcional quehacer danzario, siguiendo siempre las huellas de los antecesores. Aquellos que “esculpieron”, en mayúsculas, el nombre de Cuba en el firmamento balletístico mundial.
Cada una bordó su momento, su Kitri, a su manera, con sus propias “armas”. No por ello, una mejor que otra. Donde Sadaise fusiona el lirismo más intenso con la espontaneidad del gesto y vibra de encanto natural al ilustrar cada pose/movimiento, haciendo estallar de belleza el singular instante vivido que queda grabado en lo más profundo; Anette conjuga la pureza de la actitud en acto divino, nos envuelve con la magia particular de flotar en el aire, girar, hacernos sentir que ella vive y disfruta cada personaje con visible mesura/candidez/inteligencia…, la de un ser extraterrenal que busca un espacio en la escena para llegar a ser… Mientras Viengsay, ella es la fuerza del viento, sin perder la ternura. Cada día más intensa, haciendo sonar la alegría en cada giro, salto, como lluvia que anuncia la llegada de la primavera eterna. Ella tiene la capacidad de llenar los corazones de sonrisas, y vibrar en ese momento de quietud, en el que los balances detienen el tiempo, y nos hacen soñar en otra dimensión… Ellas son, una réplica en el tiempo, de Alicia (la Maestra, ¡aún vigilando a su descendencia¡), de cuatro joyas que tiñeron de cubanía/ballet las tablas del mundo y las nuestras, siguiendo ejemplos, enseñando lo aprendido para que perdure; de tres gracias que motivaron con su singularidad otras décadas no menos gloriosas, donde se iba fundiendo la contemporaneidad/tecnología al ritmo del tiempo en la danza. Y todas aquellas que han trascendido dejando su hálito: Martha, María Elena, —aún regalando su presencia en cada acto del BNC—, y tantos y tantos nombres que conforman un amplio manto que cobija la Escuela Cubana de Ballet, en Cuba y el universo, algo insólito que emergió del Caribe por la entereza de sus fundadores, y el ímpetu de sus seguidores.
La atención va dirigida aquí, expresamente, a la labor de las féminas. Dejemos, pues, para los próximos días, una reflexión sobre la danza masculina, que bien lo amerita en estos momentos, el estilo, el trabajo en colectivo (cuerpo de baile), solistas, y la Orquesta del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, en estas presentaciones. Don Quijote siempre motiva, por la música de Ludwig Minkus (¡una verdadera oda a la alegría!), por la atractiva coreografía, y por quienes bien lo protagonizan siguiéndolo a la perfección, inspirados por estos postulados, también eternos…
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Jose Lopez dijo:
1
26 de julio de 2016
00:39:22
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