
El último día de marzo fue el último en la vida de Imre Kertesz. En la adolescencia nunca pensó sumar 86 años de edad, pues a los 15 fue arrancado de la casa familiar en Budapest y encerrado en Auschwitz. Trece meses permaneció en el campo de exterminio nazi y otros dos, hacia el final de la guerra en Buchenwald, hasta que fue liberado por las tropas soviéticas y regresó a una ciudad en la que apenas halló parientes ni conocidos en la comunidad judía.
Aquella experiencia lo marcó para siempre, pero solo estuvo listo para escribir sobre ella a fines de los 60. Debió tomar el peso a las palabras, despojar las vivencias de distracciones y reflejar la esencia del horror en la más exacta dimensión existencial posible. Esto le llevó tiempo, robado a las noches desde su apartamento a la vista del Danubio mientras traducía al húngaro literatura alemana y trabajaba en un equipo de propaganda para la televisión.
En 1975 publicó Sin destino y hubo de transcurrir otro buen plazo para que la crítica y los lectores húngaros y luego los de otros países se dieran cuenta que estaban ante una rotunda obra maestra, entre las más conmovedoras y de mayor calado de las que abordan el genocidio nazi.
Traducida a 30 idiomas y con más de 120 ediciones, Sin destino le valió a Kertesz un amplio reconocimiento internacional, coronado en el 2002 con la obtención del Premio Nobel de Literatura. Otras importantes novelas, como El fracaso y Kaddish por el hijo no nacido, y decenas de ensayos apuntalaron su estatura literaria, pero ninguna otra llegó a la altura de Sin destino.
Hace tres años, ante el rebrote de grupos ultraderechistas y xenófobos, Kertesz comentó: “El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero la crisis económica de Europa, una crisis así, dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto, deberían sonar todas las alarmas. Pero no suenan”.
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Andrachi dijo:
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2 de abril de 2016
11:59:58
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