ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Don Quijote (tercer acto) Estheysis Menéndez y Patricio Revé. Foto: Nancy Reyes

Fragmentos de Giselle, La bella durmiente, Cascanueces, Cop­pe­lia, Don Quijote, El lago de los cisnes y Sinfonía de Gottschalk, conformaron La magia de la danza, que regresó por dos semanas al Gran Tea­tro de La Habana Alicia Alonso, de la mano del Ballet Nacional de Cuba (BNC).

Una alegría singular matizó estas funciones, so­bre todo por la juventud en la compañía cu­bana, que aborda con ímpetu obras clásicas. Aunque a de­cir verdad, to­davía muchos de los no­veles bailarines deben trabajar más, para alcanzar a sus predecesores. Pe­ro, tiempo al tiempo.

El Ballet Nacional de Cuba, como otras ramas de la vida cubana, ve cada cierto tiempo desaparecer figuras de sus elencos que pasan a formar parte de otras importantes compañías, ya sea por contratos —largos, por cierto—, o por abandono. Sin embargo, el BNC sigue su ritmo, promoviendo artistas que, muy jóvenes aún, empiezan a ocupar posiciones. Eso tiene sus pro y sus contra, pero es menester hacerlo, no se puede detener, ni la vida ni el baile.

Y, La magia de la danza resultó un espacio ideal, donde estos nuevos valores pudieron desa­rrollarse, conocer y “atrapar” personajes de títulos cimeros del ballet clásico. Buena ocasión que aprovecharon los directivos/maîtres/ensayadores del BNC, para impulsarlos sobre la escena.

Las cortinas se descorrieron el primer sábado de la temporada con escenas del segundo acto de Giselle. Vistiendo los protagónicos, Grettel Mo­rejón (Giselle) y Adrián Masvidal (Albrecht). Estilo y técnica se conjugaron en la joven intérprete, que es­tuvo equilibrada al máximo, lo­gran­do una acertada interpretación. Su compañero estuvo menos afortunado. Provisto de una excelente lí­nea, debe, sin embargo, administrar me­jor la técnica, estudiar más el lado dramático y compensarlo con un baile de más ímpetu y limpieza en los movimientos. Masvidal tiene para lograr su empeño. El cuerpo de baile, aunque no en su mejor forma, volvió a ser objeto de otra gran ovación. Cinthia Gon­zález, como Myrtha, la reina de las Willis, dejó una agradable estela en su paso por la escena, y demostró que sigue viva la estirpe del personaje en el BNC.

Anette Delgado y Dani Her­nán­dez, como la princesa Aurora y el prín­cipe Desiré, respectivamente, al­can­zaron una de las más altas ovaciones de la noche, en las escenas del tercer acto de La bella durmiente. Am­bos conforman una cohesionada pareja. Ella, con su perfecta y hermosa línea y esa armonía en el baile, aporta mucho al éxito. Él, un excelente partenaire, brilló también en sus solos, para volver a entregar, ambos, una función muy agradecida por el público.

Los fragmentos del segundo acto de Cas­ca­nueces acercaron a dos fi­guras jóvenes. Chanell Cabrera se transformó en el Hada Garapiñada y puso todo su empeño para entregar el difícil rol. Sin embargo, por instantes se observó insegura. A su lado, el novel bailarín Yankiel Vázquez, co­mo su Caballero destacó en sus va­riaciones, por la limpieza y una perfecta presencia escénica, pero de­be fortalecer más la labor de partenaire. Vale la pena subrayar la labor de Laura Blanco, quien demostró bue­na técnica en sus solos, así como Clau­dia Gar­cía, y el cuerpo de baile en el siempre bien acogido Vals de las Flores.

Los momentos de Coppelia —primer y tercer actos— dejaron ver a dos singulares bailarines: Ginett Mon­­cho (Swanilda) y Manuel Ver­decia (Franz). Con buena técnica, alegría a granel, interpretación correcta y fuerza interna mostraron sus dotes para entregar una labor bordada, y estéticamente correcta. Mientras que las escenas de Don Quijote constituyeron un terreno fértil a los aplausos, por la actuación de una bailarina que escala rápidamente a los primeros planos: Estheysis Menéndez como Kitri. A su lado, el muy novel Patricio Revé (Basilio) escaló un peldaño co­mo principiante. Bien como acompañante, con solo unos meses dentro del BNC, exhibió su arsenal en saltos, y una destreza técnica en potencia. Sin embargo, debe hacer más hincapié en los giros, la limpieza de los movimientos. Aymara Va­sallo puso de relieve su carisma en la Mercedes que alcanzó altos tonos. Bien por Manuel Verdecia  en el Es­pada.

Equilibrada al máximo, dueña de los movimientos, apareció otra vez Grettel Morejón en Odette (El lago de los cisnes), regalando un momento de pura danza que el público recibió en toda su extensión. Aquí compartió durante esos minutos con Alfredo Ibá­ñez (príncipe Sigfrido), que se entregó totalmente para apoyar a la compañera y se mostró seguro en la parte técnica. El cierre correspondió a Sin­fonía de Gottschalk, un éxito de la com­pañía, no exento de buenos recuerdos.

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