Regresó Giselle a las tablas del renovado y elegante Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, por tres días de enero. Y las luces iluminaron de manera singular la antigua pieza, cumbre del Romanticismo, pero no solamente por las modernas tecnologías que escoltan ahora la escena del coliseo de Prado, sino por ese espíritu que grabó en la obra, el 2 de noviembre de 1943 nuestra prima ballerina assoluta, y que ella insufla, desde entonces, a todos los que están a su alrededor, al Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Ese hálito, de textura de acero mezclado con abnegación, entrega y amor, traspasando cualquier adversidad, cruzó en estas jornadas, donde el público pudo observar una compañía casi totalmente, también renovada, que sigue dejando la impronta de la Maestra y de todos aquellos que fundaron la obra.
Las alentadoras Giselle, de enero del 2016, mostraron que el BNC está ahí, como siempre, dejándonos esa alegría interna que resulta más bien orgullo de ser. Las luces iluminaron unas protagonistas señeras de la compañía, que dejaron, cada día un poco de ellas mismas, su personalidad, fundida con la de la joven campesina enamorada del primer acto, y el etéreo espíritu (willi), del segundo.
Más allá de cualquier comparación, entre una u otra actuación, las tres matizaron el papel a su manera. Sadaise Arencibia irrumpió sobre las tablas silueteando en cada gesto, el estilo y con él permeó toda la obra, incluso en los saludos. Siempre en personaje, respirando el hálito de Giselle, mostró que está en un instante cimero en su carrera. Con una línea ideal, condiciones físicas y sobrada técnica, más que bailar, vivió y disfrutó en la escena.
Para Anette Delgado, Giselle es un terreno fértil donde desbordar el lirismo y en el que aporta una lucidez técnica e inteligencia a la hora de abordar interpretativa y técnicamente el rol, en sus dos actos. No hubo dudas el pasado sábado cuando grabó una Giselle para las memorias. Es obvio que la conoce perfectamente, y hoy se deleita con sus sutilezas, sus marcas de estilo, potencialidades. Y regaló, durante toda la función, una clase de actuación y maestría técnica.
Viengsay Valdés, como cierre de la temporada y lesionada (en la espalda), superó las adversidades con la misma fuerza con que danza, pero lógicamente no pudo alcanzar su forma acostumbrada. Sin embargo, trajo una Giselle contenida en sus expresiones y baile, y, sobre todo, madura en un rol largamente estudiado, y nos regaló mucho de lo interno como la inmensa bailarina de siempre. Y el auditorio la ovacionó, porque nos deleitó con su entereza, entrega, a pesar del sufrimiento.
Fue agradable el dúo con el joven que debutó hace tres años, en el Albrecht con ella: Víctor Estévez. Pudimos constatar su crecimiento en la escena, primero con Sadaise (viernes) y ahora con Viengsay. Elegante, sobrio, solícito acompañante, amén que dio todo de sí para “bordarlo” de un aliento peculiar en la técnica, observándose muy acomodado en él, y, sobre todo, dejando pruebas de su valía junto a su compañera, a la que ayudó a sortear los máximos esfuerzos con tino, sabiduría y pasión.
Dani Hernández, por su parte, ofreció una clase de buen gusto, estilo, presencia escénica y preparación para conformar, con Anette, la pareja perfecta.
No hay dudas. Alicia, durante mucho tiempo, estudió este ballet y matizó con su “genio” los valores narrativos, dramáticos y musicales para moldear una joya estilística en la puesta cubana que no pierde esplendor con el paso del tiempo. No por azar, el auditorio ovaciona —algo inusual en otras obras— al cuerpo de baile, especialmente, en el segundo acto, por la precisión, coherencia, en el baile de las willis que roza la perfección. Aunque es de destacar que en estas jornadas, y a pesar de la juventud extrema del cuerpo de baile, los bailables del primer acto nos llenaron de optimismo, pues se observó bastante homogeneidad, y sobre todo, muchas ganas de bailar bien. ¡Bravo! también a los ensayadores y maîtres por su abnegada y ardua labor.
Estheysis Menéndez en la Myrtha, reina de las willis, continuó con su paso triunfal, y dejó en claro que es un baluarte del BNC entregando una loable demostración de virtuosismo y lirismo que acaparó fuertes aplausos, algo extensivo a la notoria debutante en el papel: Cynthia González, quien puso mucho rigor en sus ejecuciones.
Por supuesto viene ahora el momento de poner atención a ciertos detalles de estilo, especialmente en los brazos, y la interpretación que de seguro le hará brillar, pronto en él. La descendencia de la Myrtha ganó otra reina de las willis en Ginett Moncho, quien en su primera vez dejó agradable estela en el público con su quehacer danzario interpretativo.
Valen destacarse las actuaciones de Jessie Domínguez en Berthe, la madre de Giselle, quien pone el drama en juego con su rigor y tino dramático; el Hilarión (Ernesto Díaz) que se siente en las tablas; la hermosa Bathilde de Carolina García, cautivante con ese toque inmenso de elegancia; la coherencia y homogeneidad de las willis (Aymara Vasallo/Ivis Díaz) en su baile con el tempo preciso, y la frescura del danzar, en conjunto, de los jóvenes amigos: Yankiel Vázquez, Maikel Hernández, Adrián Masvidal y Manuel Verdecia.
Todo ello es alentador, como ver los esfuerzos por mejorar —bastante— de la Orquesta Sinfónica del GTH Alicia Alonso, sobre todo viernes y sábado, que con la batuta del maestro Giovanni Duarte, cruza también con noveles valores que se necesitan para enriquecer, sonoramente, las puestas.
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HLER dijo:
1
13 de enero de 2016
10:17:25
Abel dijo:
2
13 de enero de 2016
12:38:59
José Manuel dijo:
3
20 de enero de 2016
13:43:17
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