Si algo caracteriza la poesía de Marilyn Bobes, además de su intensidad lírica y su delicadeza, es la coherencia; no se trata de uno de esos poetas con tantas etapas y giros estilísticos en su obra que, para bien o mal, nos parecen enfrentarnos a más de un autor.
Aun cuando disfrazada de otros, ensayando diversos registros y tesituras, pulsando cuerdas estrictamente personales o adueñándose de sentimientos ajenos, Marilyn es siempre ella, dueña de una voz que se perfiló auténtica y elevada desde que en 1977 unos preciosos versos juveniles le granjearon mención en el desaparecido concurso 13 de marzo , y apenas tres años después otros vieron la luz en ese cuaderno justamente valorado por críticos y lectores de poesía: La aguja en el pajar.
De entonces hasta hoy, con los Intertextos para la primavera (2010), la autora ha logrado para decirlo con el título de otro poemario suyo, Hallar el modo, transitado por no pocos temas pero que detentan siempre recurrencias y singularidades: amor y desamor desde todas sus contradicciones y vivencias que los hacen tan ricos, como materia de literatura pero antes en la vida, y ella misma como supratema y generador de todo lo que merece llegar a la página, nunca más y gracias a ello, en blanco.
La mujer desempeña un rol fundamental, como sujeto escribiente que brota aun cuando sea un personaje masculino quien discursa; como objeto cuando ella misma o tantas congéneres que en el mundo han sido ocupan la diana del poema, pero no es la poeta esa feminista cuya militancia a veces nubla el alcance o el brillo de la obra, ni existe en ella un combate a muerte con el otro sexo que lo convierta en el enemigo jurado e irreconciliable.
Lleva razón su colega Sigfredo Ariel cuando en un luminoso prólogo a la reciente antología La aguja racional (Ediciones Unión, 2011), de Marilyn, y que abarca una copiosa selección de toda su poesía, escribe que esta “se ha ocupado de historias y destinos de muchas mujeres (…) y es tema recurrente de toda su obra” mientras la propia autora lo deja claro cuando alguna vez confesara: “los hombres me caen muy bien. En realidad en todo lo que escribo (…) exploro la relación del mundo femenino con lo masculino y lo social”.
Una pasión que alimenta y enriquece sus versos es la propia poesía, la literatura toda; y no solo en libros donde deliberadamente eso se expone mediante recursos de la intertextualidad, a saber: el pastiche, la cita, la alusión y otros, como demuestran Revi(c)itaciones y homenajes, Impresiones y comentarios o Intertextos para la primavera donde solo cambia la implicación más o menos directa de los referentes, sino, como decía, desde sus libros iniciales, en los que realmente hay un diálogo fluido con otros escritores que llenan su cosmos, o con artistas de diversas manifestaciones tales como la música, la pintura o el cine, que también y tanto la han formado y sensibilizado.
Por eso las “artes poéticas¨ abundan a lo largo y ancho de su obra, henchida de tropos audaces e imágenes de gran fuerza, que rozan la filosofía y la mística, pero sin que aterricen en el prosaísmo ni en un coloquialismo que ni siquiera la tentó cuando estaba de moda entre nosotros esa corriente; y aunque asomen también aquí y allá ciertos atisbos épicos y colectivos, es la poeta más íntima, esa que se tutea con el lirismo, la que en realidad la define y enaltece.
En definitiva, como deja claro en una de sus recientes reflexiones en torno a la poesía, por extensión a la escritura toda (por quien también es una destacada narradora y crítica) es aquella que dice: “elaboración perpetua que supera nuestra voluble condición. Formas efímeras o eternas, siempre dispuestas a trascender la superficialidad de la experiencia”.
Da por sentado, elocuente y sabiamente, “alguien que —simplemente— continúa escribiendo su ternura”.
COMENTAR
Lourdes Hung dijo:
1
23 de octubre de 2015
14:38:22
Responder comentario