ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Eduardo Galeano en la Casa de las Américas frente al enorme Árbol de la Vida que preside su Sala Che Guevara. Foto: Kaloian Santos

A la muerte de Eduardo Galeano (Montevideo 3 de septiembre de 1940-13 de abril 2015), figura emblemática de las letras en América Latina, dos de sus escritos resaltan como iluminados para tan luctuoso hecho.

  El primero que viene a la mente es el pensamiento que expresó al fallecer el pasado año el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y ahora vale para él mismo: “Hay dolores que se dicen callando. Se dicen callando, pero duelen igual.

Como nos duele la muerte del Gabo…”, quien “vivo seguirá mientras sus palabras vivan y rían y digan".

  La segunda referencia tiene que ser a su El libro de los abrazos, una colección de 191 textos breves, publicado en 1989, que es como la Biblia, va desde el origen del mundo hasta una especie de apocalipsis, y entraña un pensamiento crítico sobre la razón humana, sobre la memoria y la desmemoria.  

  Del singular título tomamos para su propio autor el capítulo Llorar:

“Fue en la selva, en la amazonia ecuatoriana. Los indios shuar estaban llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la orilla de su agonía. Un testigo, venido de otros mundos, preguntó:

_¿por qué lloran delante de ella, si todavía está viva? Y contestaron los que lloraban: Para que sepa que la queremos mucho”.

  Lo sabía Galeano, a los escritores hay que leerlos. Por eso hay que volver a Las venas abiertas de América Latina, ensayo en el que recopiló una historia de América Latina "comprensible y estremecedora”, como la describió la mexicana Elena Poniatowska.

  El uruguayo escribía con palabras sencillas, con un poco de ironía, y ese era su secreto. Había dicho en 2004: “Soy un cazador de historias, un escuchador de voces", y en 2012 — al presentar en Madrid su libro Los hijos de los días, que reúne 366 historias tanto de personas anónimas como conocidas, una para cada día del año— “busco… un lenguaje no solemne que permita pensar, sentir y divertirse…”.

  Así encuentra el lector El origen del mundo, en el citado El libro de los abrazos:

  “Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía a razones.

- Pero papá - dijo Josep, llorando -. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?

- Tonto - dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto -. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.

   ¿Y cómo ve Galeano El mundo en ese mismo libro?

  “Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.  —El mundo es eso —reveló— Un montón de gente, un mar de fueguitos”.

   En Ser como ellos y otros artículos, publicado en 2007 se refiere a la literatura y las nuevas tecnologías. “Me pregunto: ¿Tendrá todavía destino la literatura, en este mundo donde todos los niños de cinco años son ingenieros electrónicos? Y quisiera responderme: Quizá el modo de vida de nuestro tiempo no resulte demasiado bueno para la gente, ni para la naturaleza; pero es sin duda muy bueno para la industria farmacéutica. ¿Por qué no podría ser también muy bueno para la industria literaria? Todo depende del producto que se ofrezca, que ha de ser tranquilizante como el valium y brilloso y light como un show de la tele: que ayuda a no pensar con riesgo ni a sentir con locura, que evite los sueños peligrosos y que sobre todo evite la tentación de vivirlos. Pero ocurre que ésa es exactamente la literatura que no soy capaz de escribir ni de leer”.

   Cada país latinoamericano ha manifestado consternación por la muerte de Eduardo Galeano, y en Cuba, con quien mantuvo entrañable relación, fueron muchas las expresiones de tristeza.

   El Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Raúl Castro Ruz, envió un Mensaje al Excelentísimo Señor Tabaré Vázquez Rosas, Presidente de la República Oriental del Uruguay que dice:
 “Estimado Presidente:

  Con profundo pesar he conocido el fallecimiento del destacado intelectual revolucionario y entrañable amigo de Cuba, Eduardo Galeano. Le extiendo mis más sentidas condolencias que hago llegar a los familiares del inolvidable Galeano y al pueblo uruguayo que tan dignamente representó”.

  Desde la  Casa de las Américas recordaron su discurso inaugural para la edición 53 del Premio Literario Casa de las Américas en enero de 2012: “Fe de erratas. Donde dice: 12 de octubre de 1492, debe decir: 28 de abril de 1959. En ese día de abril fue fundada, en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América y las muchas Américas que América contiene. […] Esta Casa es mi casa…”

  Galeano obtuvo el Premio Casa en novela en 1975 por La canción de nosotros y en testimonio en 1977 por Días y noches de amor y de guerra. En 2011 recibió el Premio de narrativa José María Arguedas por Espejos. Una historia casi universal.
  La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que concedió a Galeano en 1998 la condición de Miembro de Mérito, manifestó su "profunda consternación" por el fallecimiento del intelectual uruguayo.

   En un comunicado firmado por su  presidente, el escritor Miguel Barnet, destacó que Galeano fue "portavoz de las causas más justas de la humanidad" y “Lo supo hacer con gran ingenio intelectual y belleza literaria".

  Llorar a Eduardo Galeano para que sepa que lo queremos mucho y leerlo para que sus palabras “vivan y rían y digan"

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