ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Londres, 2013 óleo sobre lienzo 200 x 300 cm. Foto: Cortesía del artista

Luis Enrique Camejo es un artista original. Colecciona imágenes de las ciudades visitadas, que con los días acumulados dentro, afloran luego, en la superficie de sus cuadros con un extra especial, ese que otorga el tiempo, sempiterno compañero de los humanos, y, sobre todo, de la ma­no de algo interno y mágico que tienen esas aglomeraciones de edificios/hombres: el alma.

Cual sicólogo, Luis Enrique Ca­mejo rastrea los rincones, desanda calles, alcanza objetos, dimensiona espacios, ilustra pensamientos, di­buja siluetas y estrena sentimientos novedosos sobre la tela o la cartulina, que como en el antiguo proceso fotográfico (daguerrotipo), plasma las imágenes, entregándolas como huellas que han pasado un filtro singular, de la percepción objetual, a una vida diferente que corre por sus superficies con un hálito de testimonio, que las hace diferentes.

Con óleo y acrílico construye es­­tas obras —en disímiles formatos— que ahora acaparan la atención de las re­tinas de quienes se acerquen a visi­tarlas en la exposición Ciuda­des,  abierta en la galería Artis (7ma. y 18, Miramar) del Fondo Cubano de Bienes Culturales. En ellas brotan  ca­pitales y ciudades importantes,  per­filadas y delineadas con una ca­pa­cidad, que va más allá del arte pictórico o arquitectural, para anclar en lo humano.

Con destreza siluetea lugares em­blemáticos que capta con mínimos trazos, para incorporar o añadir después elementos que van conformando estas escenografías del hombre en cualquier lugar. Son ellas la ausencia o presencia de los seres hu­manos que la habitan, la forma en que visualiza el contexto  de manera gradual como en los enfoques de la ¿cámara? que parece llevar dentro de su retina, y que le brinda, por mo­mentos, una suerte de desplazamiento focal que acerca o aleja a su conveniencia para manejar nuestra percepción del ambiente. Es más, nos regala aspectos del clima cuando lo necesita para decirnos la latitud (humana) en que se encuentra: pue­de haber niebla, o lluvia, nieve o un día resplandeciente del Trópico, que también puede amortiguar, según el sentimiento del instante en que la visitó o vivió.

Pero sería imperdonable no ha­blar del color. Cada cosa en nuestra existencia lleva implícita una tona­lidad. Cuando miramos o, me­jor, re­cordamos algo lo teñimos de un to­no según se exprese nuestro sentimiento. Cada ciudad tiene el su­yo. Y de tanto pintarlas, visitarlas y hasta so­ñarlas en sus telas, Luis En­rique Ca­mejo ha podido encontrarle a ca­da una su alma, a través de esa má­gi­ca ecuación visual que es, al mis­mo tiem­po, ropaje de multitudes en anhe­los y esperanzas, que se mueven dentro de esos receptáculos co­mu­nes que nos acogen a hombres y mujeres.

De ahí que el creador las pinte mo­nocromáticas para ubicarlas en su justo lugar. Ellos, nosotros, somos los que imprimimos el color a esas calles, que aunque no estemos presentes —en un momento determinado— se sienten e intuyen cual fantasmas. Son las huellas de la ciudad, que este artista propone después de escarbar por el tiempo, el lugar, la época en que vivamos.

Puede surgir Londres, La Ha­ba­na, Nueva York, Hong Kong, París, Miami, Ciudad de Panamá…, en su prisma-lienzos. Urbes semejantes y distintas de un mundo paralelo que corre dentro, y que él saca tam­bién a la luz para reflexionar so­bre nosotros y nuestras almas, también paralelas.

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