Luis Enrique Camejo es un artista original. Colecciona imágenes de las ciudades visitadas, que con los días acumulados dentro, afloran luego, en la superficie de sus cuadros con un extra especial, ese que otorga el tiempo, sempiterno compañero de los humanos, y, sobre todo, de la mano de algo interno y mágico que tienen esas aglomeraciones de edificios/hombres: el alma.
Cual sicólogo, Luis Enrique Camejo rastrea los rincones, desanda calles, alcanza objetos, dimensiona espacios, ilustra pensamientos, dibuja siluetas y estrena sentimientos novedosos sobre la tela o la cartulina, que como en el antiguo proceso fotográfico (daguerrotipo), plasma las imágenes, entregándolas como huellas que han pasado un filtro singular, de la percepción objetual, a una vida diferente que corre por sus superficies con un hálito de testimonio, que las hace diferentes.
Con óleo y acrílico construye estas obras —en disímiles formatos— que ahora acaparan la atención de las retinas de quienes se acerquen a visitarlas en la exposición Ciudades, abierta en la galería Artis (7ma. y 18, Miramar) del Fondo Cubano de Bienes Culturales. En ellas brotan capitales y ciudades importantes, perfiladas y delineadas con una capacidad, que va más allá del arte pictórico o arquitectural, para anclar en lo humano.
Con destreza siluetea lugares emblemáticos que capta con mínimos trazos, para incorporar o añadir después elementos que van conformando estas escenografías del hombre en cualquier lugar. Son ellas la ausencia o presencia de los seres humanos que la habitan, la forma en que visualiza el contexto de manera gradual como en los enfoques de la ¿cámara? que parece llevar dentro de su retina, y que le brinda, por momentos, una suerte de desplazamiento focal que acerca o aleja a su conveniencia para manejar nuestra percepción del ambiente. Es más, nos regala aspectos del clima cuando lo necesita para decirnos la latitud (humana) en que se encuentra: puede haber niebla, o lluvia, nieve o un día resplandeciente del Trópico, que también puede amortiguar, según el sentimiento del instante en que la visitó o vivió.
Pero sería imperdonable no hablar del color. Cada cosa en nuestra existencia lleva implícita una tonalidad. Cuando miramos o, mejor, recordamos algo lo teñimos de un tono según se exprese nuestro sentimiento. Cada ciudad tiene el suyo. Y de tanto pintarlas, visitarlas y hasta soñarlas en sus telas, Luis Enrique Camejo ha podido encontrarle a cada una su alma, a través de esa mágica ecuación visual que es, al mismo tiempo, ropaje de multitudes en anhelos y esperanzas, que se mueven dentro de esos receptáculos comunes que nos acogen a hombres y mujeres.
De ahí que el creador las pinte monocromáticas para ubicarlas en su justo lugar. Ellos, nosotros, somos los que imprimimos el color a esas calles, que aunque no estemos presentes —en un momento determinado— se sienten e intuyen cual fantasmas. Son las huellas de la ciudad, que este artista propone después de escarbar por el tiempo, el lugar, la época en que vivamos.
Puede surgir Londres, La Habana, Nueva York, Hong Kong, París, Miami, Ciudad de Panamá…, en su prisma-lienzos. Urbes semejantes y distintas de un mundo paralelo que corre dentro, y que él saca también a la luz para reflexionar sobre nosotros y nuestras almas, también paralelas.
COMENTAR
Responder comentario