
En la superficie de las piezas de los artistas se refleja su mundo interior. Es, podríamos decir sin equivocarnos, el espejo del alma. Por ese mapa visual que nos encandila la mirada cruzan rincones de su vida, emergen recuerdos, experiencias, sentimientos, deseos, anhelos, sueños y tantas otras cosas.
Siguiendo el recorrido de las imágenes, escarbando en ellas surgirán muchas respuestas. Y si se deja llevar por los laberintos artísticos, nunca llegará a perderse, todo lo contrario, se encontrará a sí mismo, con su propia historia. Porque lo que se teje dentro del Hombre es algo común de todos los mortales, la vida, esa que aunque camine por rumbos diferentes e individuales converge siempre en un lugar donde todos somos uno solo: el corazón.
Carlos Guzmán es un artista hacedor de mundos extraños que cruzan la mirada enarbolando imágenes que aunque reconocibles, semejan estadios diferentes del hombre, teñidos por una imaginación ilimitada que nos hace viajar por universos donde el presente se viste de pasado y futuro. Amén que nos pasea por otras dimensiones y los más variados puntos cardinales: norte/sur/este/oeste de la vida humana… En este noviembre reaparece con la exposición Puntada a puntada rehago el universo, ubicada en la Casa de la Obrapía (La Habana Vieja). En sus pinturas encontramos la composición definitiva que siempre inaugura posibilidades insólitas y el dibujo se desdobla, con carácter caleidoscópico, en la precisión final de ciertas formas, y en la evaporación de un conjunto que, por sus espejismos, dota a las piezas de la fuerza del enigma.
Una ojeada a la muestra —integrada por siete piezas de gran formato realizadas en acrílico/lienzo— saca a la luz, nuevamente, esa capacidad del artista para reunir en un obra la historia del hombre en cualquier lugar de la Tierra. Sus trabajos llevan esa impronta, la de mostrar personajes que regresan “vestidos” de una atemporalidad pasmosa. En esta ocasión, aunque desembocan en sus superficies disímiles objetos, siempre inventados, enfoca en un primer plano la máquina de coser. En ella “siembra” y germina por entre todas las cosas, un sentimiento que late dentro de él desde hace algunos años: la nostalgia y añoranza de estar nuevamente con su madre. Ella fue costurera y la máquina de coser resulta el trofeo que queda ante él, de aquellos lejanos recuerdos.
Precisamente, la Casa de la Obrapía, que cumple este 16 de noviembre 31 años de vida, tiene como perfil principal de trabajo, rendir protagonismo a los textiles, el vestuario, todo aquello relacionado con esa otra “piel” del hombre. Eso motivó a Carlos Guzmán a crear especialmente las obras para esta exposición, en la que sortea muchas claves de su creatividad a lo largo del tiempo, además que resulta buen pretexto para abordar otros temas.
Entre ellos, la relación existente entre el hombre y naturaleza, y también con el tiempo, que es protagonista de sus historias. En esta serie, los objetos cotidianos marcados por la originalidad —donde el espectador puede descubrir un sinfín de artefactos que alumbran con luz propia la sensibilidad e imaginación para viajar por muchos lugares—, el artista decidió ubicarlos en pleno contacto con la naturaleza. La casa es sustituida aquí por otra escenografía: el bosque, que al final es el paisaje desnudo de la Tierra, el hogar común de los que en ella habitamos. Todo rodeado de una atmósfera misteriosa donde emergen ¿seres de un mundo paralelo? —como alguien alguna vez anotó—, delineados con tonalidades opacas, plagados de símbolos que dialogan con esos personajes que son ¿alquimistas? ¿médicos? ¿magos? ¿investigadores?... Ellos deambulan por el espacio cargados de historias silenciosas. Aunque entre tantos sueños e ideas que se arremolinan en las imágenes, emerge una como protagonista principal: el deseo de traer al presente cosas que se nos fueron.
Formalmente utiliza aquí texturas de la misma pintura, es el empaste y el propio cuerpo de la materia el que transfigura otra dimensión o volumen, en el lugar que ocupaban en piezas anteriores esos “collages” que incorpora a las telas, llegados desde cualquier objeto o parte de él, que les imprime a sus creaciones un toque personal, otra historia añadida a la que narra. Carlos Guzmán atrapa las miradas desde estas evocaciones surrealistas, conformando un mundo sutil, plagado de objetos/artefactos que construye a partir de muchas otras, como híbridos de la imaginación que convocan experiencias vividas, toda una suerte de tesoro visual acumulado en los adentros que arma con paciencia. Y que regresan a la realidad pasados por el tamiz de su creatividad para regalarnos su mundo. Mostrándose, al final, como esos alquimistas, magos e investigadores que no son más que su sombra, esa que se inmiscuye en las telas con la luz que proyecta desde su interior.












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La Goya dijo:
1
20 de noviembre de 2014
09:37:12
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