
La agrupación en un tomo de varios textos teóricos y críticos escritos por Nelson Herrera Ysla, bajo el ambiguo e ingenioso título Ni a favor ni en contra… todo lo contrario (colección Arte y Pensamiento, Artecubano Ediciones, 2014) permite no solo a quienes se hallan más cercanos al acontecer de las artes plásticas sino también a los que se inician en su conocimiento, disponer de un conjunto de apasionadas y agudas reflexiones y herramientas útiles para la evaluación de los procesos y conceptos característicos de nuestra época.
Arquitecto de formación, poeta de vocación, Herrera Ysla parte en sus análisis de un íntimo conocimiento de causa, en tanto ha sido protagonista y testigo de esos avatares, tanto por su labor en el Centro Wifredo Lam, que en algún momento dirigió, y su participación en la organización de las Bienales de La Habana, como por sus frecuentes intervenciones en debates sobre la actualidad artística dentro y fuera del país. No es fortuito, por tanto, que en más de una ocasión se explaye acerca de los fundamentos que confluyen en la concepción de nuestra Bienal y la compare con otros eventos que tipifican los circuitos internacionales de exhibición.
La defensa del evento habanero no parte de la autosuficiencia; reconoce errores y vacíos, pero llama la atención de cómo “en escasos lugares del mundo se piensa en la infinita cantidad de jóvenes estudiantes de arte, de historia del arte, de arquitectura, diseño, humanidades, ciencias sociales, a los que un evento de esta naturaleza puede beneficiar en su formación y desarrollo”, a la vez que “apenas se toma en cuenta (por los que critican) el conjunto de otros profesionales del mundo de la información, la ciencia y la técnica, en ese ciudadano de a pie que anhela consciente o inconscientemente un enriquecimiento de su horizonte visual, estímulos retinianos, renovación de conceptos e ideas, emociones, transformaciones de la sensibilidad”.
Es oportuno repasar lo que dice Nelson sobre la Bienal de La Habana y lo que discurre en torno a las relaciones transversales entre arte, mercado, vida, tecnología, ciudad y ambiente social en tiempos como estos, tanto por la inminencia de una nueva cita en la capital cubana como por la intensidad plural de los programas de exposiciones en La Habana y otras localidades del país, y la manera en que el arte cada vez con mayor insistencia se expresa (o se niega y hasta caotiza) en espacios públicos.
El escritor dialoga con el lector, no le impone reglas ni lo marea con elucubraciones teorizantes. El lenguaje riguroso se clarifica en la exposición. Como arquitecto nos llegan semblanzas emotivas al describir la impronta del brasileño Oscar Niemeyer y el argentino-cubano Roberto Segre. Estamos ante un crítico que valora la crítica, como lo hizo a propósito del artículo dedicado a la maestra Adelaida de Juan, y aguza la mirada en casos puntuales como las reseñas de exposiciones de Eduardo Rubén, Rigoberto Mena, Alexis Leyva Machado (Kcho) y Humberto Díaz, pero también resultan pertinentes sus valoraciones históricas sobre la evolución de los procedimientos y contenidos artísticos que se han canalizado desde los ochenta hasta la primera década del siglo corriente.
Debo sugerir, por último, la lectura de un texto esclarecedor que trata acerca de la categoría del curador de arte.
Además de rastrear el origen de esa especialidad, la define como pocos lo han hecho entre nosotros en tanto “intelectual de nuevo tipo” que debe conjugar y dominar la sensibilidad del crítico, los conocimientos del historiador, el manejo de la teoría, el sentido de organización del espacio físico y la eficacia comunicacional del diseñador.
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anar dijo:
1
11 de noviembre de 2014
08:29:57
rfs dijo:
2
11 de noviembre de 2014
13:33:17
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