ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
María Eugenia Barrios en el oratorio San Felipe Neri. Foto: KIKE

Como esas olas que van y vienen acariciando las costas, así regresan los recuerdos por su mente, en este 2014. Momento importante en una larga carrera profesional que ya roza los 55 años dedicados al bel canto, donde ha dejado profundas huellas. Solo decir María Eugenia Barrios, es convocar sinónimos que escoltan su nombre: amor, pa­sión, profesionalismo, cultura…, conjugados con una voz que aún nos deleita y hace sentir, piel adentro, extrañas sensaciones sonoras que despiertan sueños.

Los días de este año han venido cargados de alegrías. Como el del pasado sábado, cuando en ocasión del aniversario 115 de la Banda Nacional de Conciertos, se le otorgó la máxima Distinción conferida por esa institución (una réplica de la batuta del maestro Guillermo Tomás, fundador de la agrupación), que siempre ha sido entregada a eminentes directores de bandas y de orquestas, y que a sus manos llega con carácter de excepcional.

En pleno corazón de La Habana Vieja, en la calle de Madera, María Eugenia recorrió el tiempo con sus palabras: “No pude hablar en ese instante por la emoción. Pero no dudé que el maestro Gonzalo Roig me estaba sonriendo esa tarde desde el cimero lugar que ocupa en el Olimpo de la Historia musical cubana”. De ella diría el eminente músico en sus comienzos: “María Eugenia será una gran cantante, porque en ella vive esplendorosamente una artista natural y un gran temperamento apasionado por su arte”. No se equivocó.

Los primeros pasos del largo camino comenzaron con su graduación de Maestra Normalista el 31 de mayo de 1959 cantando la salida de Cecilia Valdés con la Banda Nacional de Conciertos, bajo la batuta del insigne maestro Gonzalo Roig. Un punto de partida glorioso para una jovencita, de 18 años, que ya adoraba el canto lírico al ver y oír por televisión y la radio a toda una pléyade de destacados cantantes de la época, que nunca dejaron de ser difundidos constantemente, “cosa que no su­cede hoy día. Me sentí en el Metropolitan o en la Scala…, tal era mi emoción”, contó con los ojos empañados de memorias.

Dentro del amplio repertorio construido en el tiempo, ¿qué obras rescatas con amor? Su voz moldea la mirada… “He cantado piezas de diferentes estilos: óperas, operetas, zarzuelas españolas, zarzuelas cubanas. No sabría decir preferidas. He tenido el privilegio de cantar los tres títulos  fundamentales de Giacomo Puccini: Madama Butterfly, La Boheme y Tosca. Cualquiera de ellos es para mí un recuerdo de adoración. De Giuseppe Verdi, La Traviata e Il Trovatore. Les dedico la misma frase anterior, adorables para mí. De Leoncaballo, Los Payasos. La Caballería Rus­ti­cana de Mascagni, en fin”. (Un silencio sonoro recorre el ambiente). “Mi debut en Madama Butterfly fue algo profundo en mi vida. Nunca pensé que interpretando La Traviata iba a recibir tantos elogios y tan largas ovaciones”.

Otro desafío vocal y escénico fue la Santuzza de Caballería Rusticana, “Difícil y retadora resultó la Longina, esa negra guantanamera de la bella y cubanísima obra del maestro Roberto Sánchez Ferrer sobre la pieza homónima de Alejo Car­pentier. Tuve el honor de hacer su estreno mundial y es algo que adoro”… Las palabras brotaban como en un aria infinita: “Cuánto disfruté la Leo­nora (Il Trovatore), la Georgetta (Il Tabarro), la Susanna (Il segreto di Susanna), Mimí, Tosca; qué decir de La Viuda Alegre, Adriana (Los Gavilanes), Ascensión (La del Manojo de Rosa), la Matilde (La Esclava), en fin, tantos personajes, difíciles todos,  inolvidables para siempre”.


UN RECUERDO PROFUNDO
El 31 de mayo de este año, en ocasión del aniversario 55 de su debut escénico, un recital colmó la sala San Felipe Neri, en La Habana Vieja. De aquel concierto puede decirse que por la naturalidad y frescura con la que se cantó parecía que resultara bien fácil, porque es impresionante que a esta edad se interpretara el aria de Leonora del cuarto acto de Il Trovatore, de Verdi sin acudir a las comas literarias que ayudan al intérprete con determinadas respiraciones. Sin embargo, con un fiato asombroso se cantaron largas frases literarias y musicales de gran riesgo con entera facilidad. Lo mismo sucedió con el aria Il sogno di Doretta, de la ópera La Rondine, de Puccini, cuando en perfecto legatto se unieron con una sola respiración largas frases de evidente dificultad. En ambas arias, la cantante hizo un verdadero alarde de técnica y buen gusto.

Todavía tendría reservadas sorpresas. El aria de la Wally, de A. Catalani resultó de un virtuosismo de excelencia, ya que es siempre un reto para cualquier soprano lírica. Las canciones cubanas y las rusas constituyeron recreos vocales e interpretativos para el público. No podía faltar la obra con la que debutó a los 18 años y que tantas veces ha representado en Cuba y fuera de ella: la salida de Cecilia Valdés, largamente ovacionada. Regaló además un aria de tenor, Nessun dorma, de Turandot, no por alarde vocal, sino por lo que para ella representa, y dijo: “…nadie duerma, es decir continuar trabajando siempre, de seguir con los empeños, de trazarse metas y retos, de estudiar, de amar, para vencer…”, Y el broche final, con el aria Vissi d’arte, de la ópera Tosca, obra en la cual su impronta resulta imperecedera, fue justo representativo de lo que es y ha sido María Eugenia Barrios, quien como dice la protagonista: “ha vivido para el arte y para el amor”. En ese alto momento de su vida, vinieron a la mente unas precisas y certeras palabras que el colega y amigo, Rufo Caballero le dedicara a la artista: “Al cantar María Eugenia demuestra por qué está sentada en las nubes hace décadas. Todavía coloca la voz justo donde se debe y pasea los agudos con brillantez, seguridad y comedimiento, así la artista evidencia cómo cantar bien, no es solo un asunto de extensión vocal…”.

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